Dolores Garnica/Magis
Oaxaca, México.-Sexualidad y animales, más madera, cortezas, papel y el color transformado en infinitas texturas. También Kafka, Pinocho, Borges o Poe. “Toledo es un ratón de biblioteca. Más allá de los libros y las carpetas dedicadas a escritores y obras literarias, en muchas piezas ‘toledianas’ está el impulso ora lírico, ora narrativo, que viene de una historia, un poema, ora de alguna leyenda escuchada durante su infancia”, dice Ernesto Lumbreras.
El arte de Toledo, su gráfica, pintura, dibujo, cerámica, escultura, joyería, papel y mil soportes más, sabe fusionarse con el lado artesanal de Oaxaca (“gran sentimiento artístico, fuerte esencia decorativa, resistencia física, espíritu metódico y de asimilación, fuerte personalidad”, mencionaba el Dr. Atl como cualidades de un artesano). “Yo siempre he visto a Toledo como un artista, aunque haga tamales, pulseras, papalotes, pinturas o esculturas”, dice el artista contemporáneo, también oaxaqueño, Daniel Guzmán. “En sus trabajos conviven el artista y el artesano. Para él es necesario y vital ‘ensuciarse’, cubrirse de una segunda piel, un segundo lenguaje”, explica Lumbreras.
Toledo ha creado una mitología única, erótica, irreverente, provocativa y transgresora que ha marcado no sólo su tiempo, también el futuro. “Los mejores pintores contemporáneos de Oaxaca son ambidiestros, o ambisiniestros”, escribe el crítico, ensayista y poeta Alberto Blanco, y es precisamente ésta una de las maravillas de la obra de Toledo. Parafraseando a Blanco: con la mano derecha describe el mundo visible, razonable, real y racional, dando cuenta de su entorno; con la izquierda, los mitos, las leyendas, los sueños y sus criaturas fantásticas, seres imaginarios, metáforas en continua transformación. “Toledo vino a significar prácticamente la única vía de continuidad, desarrollo y renovación en el arte de Oaxaca”, recalca Blanco.
Atemporal, el arte de Francisco Toledo, cronológicamente, se ubica en la Ruptura mexicana, pero renuncia a ella abrazando el estilo único que sabe armonizar lo figurativo, abstracto y expresionista. Muchos lo incluyen en la escuela surrealista, pero su vocación es más real que onírica. Pertenece a lo que llaman “escuela de pintura oaxaqueña”, pero más bien fueron su marca y su influencia las que detonaron el estilo de los artistas vinculados a este movimiento. “Los clásicos no pasan de moda, y el trabajo del maestro Toledo lo es, así que sigue siendo importante, más allá de las modas del arte contemporáneo. Todo gran artista abre las puertas a la imaginación y al trabajo de muchas generaciones más allá de la suya, éste es el caso del maestro”, dice Daniel Guzmán.
El pulpo
“Lo que el maestro Toledo ha hecho en Oaxaca es una pieza de arte, así que no creo que le quede el mote de ‘gestor cultural’”, asegura Olga Margarita Dávila, directora de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura de Coahuila y también artista, curadora, docente y escritora desde hace más de veinte años. “Él ha expandido su obra por toda la ciudad: como en un lienzo los pinceles son a la pintura. Es arte vivo. Usa el espacio social como una forma de arte participativo”.
En 1972 comenzó el interés de Francisco Toledo por difundir las artes en Oaxaca. Ese año fundó la Casa de la Cultura de Juchitán y, justo allí, comenzó sus colecciones de fotografía, gráfica, documentos y arte. De él fueron las iniciativas —y casi siempre los recursos— para fundar en Oaxaca el Instituto de las Artes Gráficas, el Taller Papel Oaxaca, el Centro de las Artes San Agustín, la Biblioteca para invidentes Jorge Luis Borges, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), el Cine Club El Pochote, el Jardín Etnobotánico, la Fonoteca Eduardo Mata, la Biblioteca Francisco de Burgoa, la Casa de las Matemáticas en Oaxaca, las revistas Guchachi’reza y Alcaraván, Ediciones Toledo y Calamus, entre otras iniciativas. Además, ha hecho muchas donaciones (aporta, por ejemplo, la totalidad de su beca de creador emérito del Fonca a un fondo de apoyo escolar para los hijos de los empleados de sus instituciones). “El valioso legado de Rufino Tamayo en Oaxaca se cuenta con los dedos de una mano; el que ha dejado Toledo —más lo que se vaya acumulando— se contabiliza con las extremidades de un ciempiés”, escribió Ernesto Lumbreras.
“Los que vivimos en Oaxaca, paseamos, planeamos nuestra vida a partir del encuentro cultural, en los espacios que Toledo ha creado. Él ha elevado el consumo del arte en todos, ha integrado la cultura a nuestra vida diaria, y éste ha sido un trabajo que lleva ya más de quince años”, explica Olga Margarita Dávila.
“Digamos que las instituciones que fundó Toledo dependen al 90 por ciento de él, y creo que está muy consciente de esto”, explica Dávila, razón por la que cuestiona la dependencia de las instituciones al maestro con una simple pregunta: “¿Y qué pasará cuando Toledo no esté?”.
Toledo vuela un papalote con el rostro de uno de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero. Hizo un papalote con material reciclado por cada uno de los estudiantes. Foto: Jorge Luis Plata / Reuters
Una respuesta podría encontrarse en la donación, el 20 de enero de 2015, del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) al Instituto Nacional de Bellas Artes: el edificio y su acervo con más de 125 mil objetos (entre ellos, 20 mil piezas de grabado de artistas internacionales como Pablo Picasso, Joan Miró, Antonio Saura, Francisco de Goya, así como 80 mil fotografías de Manuel y Lola Álvarez Bravo, Edward Weston, Graciela Iturbide, Josef Koudelka y Nacho López). Aunque habría que apuntar que un mes antes, el 13 de diciembre de 2014, Toledo denunció que la Secretaría de Finanzas de Oaxaca había congelado, sin aviso previo, más de 800 mil pesos de la cuenta bancaria de este instituto.
Ser fundador de varios espacios culturales y hacerlos funcionar es un trabajo arduo para un artista que tiene que convertirse en un verdadero pulpo: “No conozco otro artista plástico que haya hecho por su comunidad lo que ha hecho Toledo; a tal grado que no sería exagerado decir que él es el permanente secretario de Cultura de Oaxaca”, dice Leonardo da Jandra. “Para los oaxaqueños, saludar al maestro o tomarse una fotografía con él, es como si lo hicieran con una gran prócer o un santo”.
Pese a críticas que plantean que el maestro ha creado un monopolio cultural que maneja a capricho propio, Olga Margarita Dávila, quien ha trabajado durante décadas en Oaxaca, aunque no cerca de Toledo, declara: “Toledo es temperamental y voluntarioso, reacciona como cualquier artista. Muchos pueden decir que es un cacique, y considero que él no lo niega; pero con él se puede trabajar, jamás amedrenta o amenaza”. Por su parte, la periodista cultural Angélica Abelleyra, autora del libro Se busca un alma, Francisco Toledo, dice: “Se habla de cacicazgo cultural, pero creo que Toledo ha tenido la capacidad de hacerse de equipos de trabajo con jóvenes que abren posibilidades de mostrar diferentes manifestaciones artísticas contemporáneas que, incluso, no son afines a sus gustos personales”. Un ejemplo de esto es el trabajo en Oaxaca de dos artistas contemporáneos de estilo muy diferente al de Toledo, Mona Hatoum y Fabrice Hybert, quienes, según el curador Patrick Charpenel, llegaron a esa ciudad por Toledo.
La historia del mono
“Uno es de donde se siente”, dice Toledo cuando se le recuerda que no nació en Juchitán, Oaxaca, sino en la ciudad de México el 14 de julio de 1940. Francisco Benjamín López Toledo fue rebautizado como Francisco Toledo por el galerista Antonio de Souza, quien montó su primera exposición individual en 1959. Cuarto hijo de una familia dedicada al comercio en el Istmo de Tehuantepec, de fuertes raíces oaxaqueñas, de niño decidió irse a vivir a Ixtepec, Oaxaca, donde vivían unas tías, y después a Juchitán, el sitio de donde surgían las historias que había escuchado de sus abuelos y padres. “Me gustaba tanto la pintura, que mi padre tomó la decisión de enviarme a estudiar a Oaxaca, sobre todo cuando se dio cuenta de que en nuestra casa ya no quedaban muros donde pudiera seguir dibujando”, explicó a la revista México desconocido.
A los catorce años, Francisco Toledo ya estudiaba grabado en el taller de Arturo García Bustos en la ciudad de México y en 1957 ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1960, con ayuda de Rufino Tamayo y de Octavio Paz, viajó a París, donde inició la historia de “Peter el mono”: rodeado de vanguardia y con apenas veinte años, supo aprender gráfica y pintura de la Europa de los sesenta, exponer en Nueva York y regresar a Oaxaca y Juchitán para reencontrarse con sus raíces. Desde entonces, con intermitentes estancias en Europa y Estados Unidos, Toledo ya no ha dejado Oaxaca.
En 1998 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes y el Premio Príncipe Claus en 2000. En 2007, el consejo universitario de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) lo distinguió con un Doctorado Honoris Causa por su labor en el mundo de las artes.
“Es un clásico vivo del arte en México. Sigue siendo un curioso infatigable. Su gran legado es la pintura, la gráfica y la cerámica. Desde otros referentes, Toledo sumó otra ruptura al arte nacionalista todavía imperante a finales de la década de los cincuenta”, comenta Lumbreras. La de Toledo es una ruptura dentro de la Ruptura. De Toledo son series, trabajos con un tema:Cuadernos del Insomne, Cuadernos de la mierda, Cuadernos de los insectos, (Anti) homenajes a Benito Juárez, zoologías fantásticas, insectarios, gráficas sobre la muerte, autorretratos, animales creados con caparazones de tortuga, pistaches o cera. Ha trabajado al alimón con Borges, José Emilio Pacheco, David Huerta, Verónica Volkow, Fray Bernardino de Sahagún, Wallace Stevens, Franz Kafka y Homero Aridjis, sin olvidar al amigo que todavía descansa en la “gaturna” que Toledo le diseñó, Carlos Monsiváis.
Autorretrato de Francisco Toledo
El chapulín
“‘Los de Juchitán me acusan de traidor porque pinto y dibujo más chapulines que iguanas’, me confesó en alguna plática mientras se preparaba un taco con chapulines y guacamole. El chapulín es el símbolo del Valle de Oaxaca; la iguana lo es de la región del Istmo”, escribió Ernesto Lumbreras en su ensayo Una ciudad para un nómada. Francisco Toledo es un ideólogo al que suelen acercársele causas políticas, incluso cuando, como en el documental El informe Toledo, de Albino Álvarez, niega la política y explica que de pronto se ve envuelto en ella. “Es ideólogo, pero no partidista”, dice la periodista Angélica Abelleyra. “Creo que a Toledo le importa la gente, la colectividad; que los jóvenes o ancianos o ciegos tengan acceso a un libro, a un poema, a una biblioteca para hacer sus tareas o consultar gratuitamente lo que necesiten para aprender. Pero él no está nada más en el sentido didáctico, sino en el juego y la diversión. Si ese interés es ideología, ésa es la suya, pero no es partidista, aunque le hagan antesala y guiños todos los partidos, queriendo traer agua a su molino. Creo que se ha salvado de ellos”.
El parteaguas en la vida política de Toledo fue el caso de Juchitán en 1981. De allí en adelante ha encabezado y apoyado causas tan diversas como la búsqueda de justicia con los desaparecidos en Ayotzinapa, el bloqueo a la construcción de un McDonald’s en el centro de Oaxaca y la de un distribuidor vial. Se ha manifestado contra la instalación de una escultura de El Quijote o la sustitución de las típicas bancas alrededor del zócalo; lucha por la preservación de la flora y la fauna de su estado, por la reivindicación de su gastronomía típica o por la defensa del maíz, causa que lo llevó al montaje de una muestra en la estación Zapata del Metro en la ciudad de México en enero de 2015.
“Hasta donde yo conozco, se trata de un verdadero luchador que defiende siempre los derechos y las causas de las minorías más desprotegidas. A diferencia de tanto farsante que se asume como demócrata y de izquierda, Toledo vive de acuerdo como piensa y su pensamiento está constantemente ocupado en denunciar las injusticias y contribuir a remediarlas”, dice Leonardo da Jandra.
El crítico, curador e historiador de arte Olivier Debroise se refirió así a la actividad política de Toledo: “Con los años se volverá más afirmativo en cuanto a sus tomas de posición, a sus acciones globalifóbicas (encabeza marchas en contra de cadenas de comida chatarra; impugna la rehabilitación de espacios públicos tradicionales de Oaxaca; financia investigaciones y publicaciones de corte político y no vacila en posar para el fotógrafo de prensa detrás de una reja con el puño en alto, emulando el célebre retrato de Siqueiros por Héctor García); pero es, a la vez, más y más silencioso y evasivo en cuanto a su práctica artística”.
Toledo no tiene credencial del IFE. “Voy a morir sin haber votado”, aseguró en 2010. En 2003, acogiéndose al programa Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda, entregó los Cuadernos de la mierda, 27 tomos con mil 500 imágenes escatológicas, con la condición de que se quedaran en Oaxaca. ¿Hay algo más político que entregar “mierda” a Hacienda? En 2005 obtuvo el premio Right Livelihood por su labor en defensa del patrimonio cultural, el medio ambiente y la sociedad en Oaxaca, pero el maestro no se presentó a recibirlo (como tampoco lo hizo para recibir ningún otro premio o distinción). Es más, se negó a ser miembro de El Colegio Nacional.
“Como cualquier artista, Toledo es lúdico y todo el tiempo juega con las contradicciones”, dice Olga Margarita Dávila. Quizás el brazo político más importante de Toledo ha sido el Patronato para la Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca AC (Pro-Oax) que fundó y actualmente dirige, desde donde coordina diversas causas.
Foto: Juan Carlos Reyes G.
Ente marchas, exposiciones y manifiestos, la obra artística de Toledo ha sufrido. Muchos saben de sus causas, pocos saben de sus exposiciones. En lo que va de 2015, Toledo ha expuesto en la línea 12 del Metro de la ciudad de México fotografías del siglo pasado intervenidas, para hacer homenaje al maíz y buscar protegerlo de los transgénicos, pero también inauguró una colectiva de carteles sobre Ayotzinapa en el Museo Memoria y Tolerancia de la capital. Apenas en febrero se inauguraron dos exposiciones de su obra en La Habana: Fábulas de Esopo y Homenaje a Posada, como parte de la edición 24 de la Feria Internacional del Libro, y Conaculta publicóToledo para adultos, con prólogo de Naief Yehya.
“Son muchas las causas que Toledo anima y defiende y es lo que los periódicos y periodistas destacan. Una pintura —sea o no de Toledo— nunca será una nota de primera plana, a menos que rompa récord de venta en subastas. Una denuncia ciudadana con Toledo a la cabeza, sí. Aunque es un artista con trayectoria y mercado a nivel internacional, creo que no es tan conocido en muchos países, y que las instituciones culturales tendrían que difundirlo más.
La reticencia del mismo Toledo a la realización de una retrospectiva es una de las causas de esta ausencia de su trabajo en el exterior”, declara Angélica Abelleyra. Su última gran retrospectiva en México fue en 1980, cuando el Museo de Arte Moderno reunió más de 500 de sus piezas y, en el extranjero, en 2000 en la Whitechapel Gallery en Londres, así como en el Museo Reina Sofía, en Madrid. .
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