Gerardo Valdivieso Parada
Juchitán, Oax.- Fue un severo crítico de todo, pero también fue exigente consigo mismo, por eso fue una de las voces mas reconocidas en la política y en la cultura de Oaxaca, con un conocimiento profundo y vasto de los zapotecos ningún otro libro supera aún “El pensamiento de los binnigula’sa” libro toral sobre los llamados binnizá, iniciador junto con Francisco Toledo y Macario Matus de un gran proyecto cultural que dio como resultado la Casa de la Cultura de Juchitán, la revista Guchachi Reza que influyó en varias generaciones de artistas juchitecos.
Víctor de la Cruz nació en la Quinta Sección, como él mismo contó, de niño perdió la visión de un ojo al encajársele un esquirla de carrizo, ante aquél accidente su madre, Felícitas “Na Feli Huiini’” lo sobreprotegió, y fue encerrado en casa para librarlo de futuros peligros en donde tuvo como fieles acompañantes sus primeros libros.
Si de su madre heredó el carácter férreo, de su padre, Daniel de la Cruz, persona apacible, heredó en la sangre el amor a la cultura, pues era pariente de la familia López Chiñas que tenían a dos ilustres escritores Jeremías y Gabriel López Chiñas, éste último lo acogió en su casa de la ciudad de México cuando Víctor de la Cruz siguió sus estudios preparatorianos en la capital.
Durante sus estudios lo envuelve la lucha estudiantil de 1968, el escritor David Huerta lo recuerda junto con Macario Matus y otros jóvenes juchitecos en las brigadas estudiantiles de la época, hablando en zapoteco y aprendiendo con ellos a conocer la pintura de Francisco Toledo.
Laboró en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la dirección de publicaciones, en donde conoció al gran poeta Rubén Bonifaz Nuño que fue su jefe. Al mismo tiempo conoció a otros intelectuales de la época al poeta Nazario Chacón Pineda y a Alfredo Cardona Peña que tuvieron gran influencia en él.
Junto con Macario Matus, quién ya era maestro normalista y estudiaba contaduría, editaron la revista Neza Cubi, nombre que retomaron de Neza editada por los estudiantes de la generación anterior, ya en ese entonces Francisco Toledo empezó a colaborar con ellos desde París.
Editaron varios números hasta que, sin quererlo, se vieron envueltos en la pelea que tenían dos grandes escritores, Andrés Henestrosa y Gabriel López Chiñas. Los dos jóvenes directores de la revista acudieron a la oficina del autor de “Los hombres que dispersó la danza” y recibieron de él un apoyo para la revista.
Coincidentemente para el número siguiente fue pospuesta un publicación de Gabriel López Chiñas en la revista, lo que encolerizó al autor de “El zapoteco”. Ambos, Víctor y Macario, se señalaban de haber sido el causante de aquella situación incómoda.
Al regresar a Juchitán a principio de los 70, tanto Toledo como los dos jóvenes escritores llevaban un proyecto cultural para su pueblo, la de revalorar su cultura zapoteca y la de vincularla con la cultura universal. Ambos Macario y Víctor fueron directores de la Casa de la Cultura, en sus gestiones floreció, como nunca, las letras y las artes.
Aunque de broma se decía que jamás había ejercido de abogado, de la que se recibió en la UNAM, contó alguna vez su decepción de la justicia: en su primer juicio defendiendo a un joven, se presentó ante el juez con el código en la mano, el magistrado le fijó una suma de dinero para la libertad del acusado, la que pidió a la familia del detenido, cuando se presentó con el dinero, el juez tomó una mitad y le devolvió la otra parte y le dijo: “nunca mas traiga este libro ante mí, no sirve de nada -refiriéndose al código- esto es lo que resuelve todo” le dijo moviendo los billetes con la mano.
Lo cierto es que sus conocimientos en leyes le sirvió un tiempo para defender a un movimiento político que se gestó casi al mismo tiempo que la de trabajo cultural, el movimiento popular de la COCEI.
Después de la descomposición de los dirigentes reveló que nunca el movimiento político apoyó al movimiento cultural en esa época, si no al contrario.
Su participación en la lucha de la COCEI sirvió para dar las bases históricas de la lucha ideológica, y en esa época inició su interés por la historia, por eso se editaron los libros sobre las rebeliones juchitecas contra el gobierno en el pasado, él aclaró para los juchitecos las vidas y las rebeliones de los líderes juchitecos como Che Gorio Melendre, Mexu Chele, Che Gómez, Heliodoro Charis.
Nació entonces Guchachi’ Reza (Iguana rajada) revista que recogió la obra de poetas, antropólogos, sociólogos, textos históricos de escritores extranjeros sobre el Istmo, textos de solidaridad con la COCEI de intelectuales como Carlos Monsivais, Pablo Gonzales Casanova entre otros; leyendas, mitos, fotos antiguas, letras de canciones de los grandes trovadores zapotecas como Eustaquio Jiménez Girón, Juan Stubi, Pedro Baxa entre otros.
La persecución policial y de los pistoleros priístas contra los líderes de la COCEI le llegaron a él y a otros artistas como Francisco Toledo y el fotógrafo Rafael Donís, cuando fueron casi linchados en La Ventosa por órdenes del cacique Porfirio Montero. Se refugió un tiempo en Chiapas y ahí conoció a los escritores de la generación “de la espiga amotinada” como los poetas Juan Bañuelos, Oscar Oliva y el narrador Eraclio Zepeda, que le dejaron profunda huella.
Fue un prolífico poeta en zapoteco y español, tradujo al zapoteco hermosos poemas de grandes poetas de la historia. Su obra fue prolífica destacan sus poemarios como “En torno de las islas del mar océano” en donde destaca su poema más conocido “¿Quiénes somos, cuál es nuestro nombre?”.
En su labor como historiador fue un gran defensor del pensamiento indígena ante el pensamiento judeocristiano de la mayoría de los investigadores extranjeros, lo defendió con coraje en las ponencias y en sus escritos, y se enfrascó en grandes discusiones con otros investigadores sobre la cultura de los zapotecas, por se esforzó de ser algo más que un “aldeano vanidoso, quien piensa que es suficiente conocer su pueblo y su lengua y en sus horas de ocio rumiar algunas palabras, sin realizar ningún esfuerzo metodológico ni apoyarse en ninguna investigación, para tener la última palabra sobre la lengua y la cultura de sus antepasados”.
Por eso llegó a obtener grado de doctor en Historia Mesoamericana y no sólo eso si no a recibir el reconocimiento al Mérito en Investigación Científica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Premio Francisco Javier Clavijero, por sus tesis de doctorado.
Crítico, incluso con el personaje de la historia más amada de México, Benito Juárez, fue uno de los investigadores mas minuciosos del trato de Benemérito al pueblo juchiteco y de sus negocios en la región del Istmo, hecho que lo confrontó incluso con masones.
Realizó la biografía más completa y más seria del General Heliodoro Charis Castro, que confluyó en el libro “El general Charis y la pacificación del México postrevolucionario” que mereció el premio Casa Chata. En el libro desmitifica al héroe juchiteco quién al final traiciona a sus propios hombres y se alía con sus antiguos enemigos del antiguo partido de los Rojos los ricos comerciantes.
Andrés Henestrosa publicó en Guchachi’ Reza, en una de sus columnas retó a los dos escritores juchitecos que escribían en esa época en zapoteco a traducir ciertos viejo versos, Víctor de la Cruz, tomó el reto y lo reprodujo en Guchachi’ Reza. Pero no paró ahí realizó un texto que escrutaba la vida y la obra del autor de “Retrao de mi madre”, exhibiéndolo como un analfabeta en su propia lengua zapoteca y de no haber creído en la literatura indígena, sin pasar la polémica que tenía con Wilfrido C. Cruz sobre “Los Hombres que dispersó la danza”.
No hubo aspecto de la cultura que no abordara, en música rastreó el origen de los viejos sones y exhibió la apropiación de estos sones para otros fines como en la pieza “La tonalteca”. Abordó sobre la botánica, sobre la arquitectura, sobre la política, fue una de las opiniones mas valoradas a nivel nacional sobre la situación en el estado, formó parte de los autores del libro “Voces de transición en Oaxaca”.
Amó la poesía de sus antecesores, por eso editó dos antologías “La flor de la palabra” que lo hizo ser el primer galardonado con el Premio Nezahualcoyotl, y la “Antología literaria de Oaxaca”. Tuvo en su casa de Laollaga, lugar donde solía descansar y recibir a sus amigos, colgado “Poema para construir una morada” de Nazario Chacón Pineda dedicado al arquitecto Lorenzo Carrasco.
Adoró la inteligencia y la memoria de su informantes, de los viejos zapotecas, a quienes recurría no sólo para confrontar sus datos, si no a convivir, como su tío Roberto de la Cruz “Betu Lou”, el albañil Remigio Jiménez, de ellos le sobrevive “Ta Toño Cándida” de la Séptima Sección.
Su propio padre, Daniel de la Cruz, era su informante mas cercano, a él se dirigía como un niño que apenas descubre el mundo y hace una pregunta tímida. Un año después de la muerte de su madre y unos años antes que su padre también falleciera, había convocado el viejo patriarca a una cena de navidad, en la noche en la sobremesa Ta Daniel le confió que guardaba en su memoria un viejo discurso matrimonial un “libana” aprendido de niño.
El investigador que había dedicado muchos años tras aquellos viejos discursos y haber analizado los ya existentes, se sorprendió y le preguntó a su padre “¿y por qué nunca me dijiste?”, y Ta Daniel con su serenidad de santo zapoteco le dijo “porque nunca me lo preguntaste”.
Le encantaba la música fúnebre, de los sones tradicionales le maravillaba el sólo de trompeta del son “Pedro Ruiz”, en las letras que transcribió de las canciones oídas a los viejos trovadores, encontró astillas de oro del pensamiento antiguo de los binnizá: la flor reverencial, la azucena, el “guie’ chita naxhi”, en la letra de Taquiu Nigui, la mítica serpiente de agua con cuernos el “benda yuze” la encontró en una pieza de Juan Stubi, y en una canción de “Vieju lucuxu” encontró un extracto de un libanaque causaba risa pues significa literalmente “daba de comer chicle al santo” y que es un difrasismo.
Era un gran conocedor de la trova yucateca, de su amor por “Mis blancas mariposas”, de José Claro García y Cecilio Cupido, presumía de su jardín en Laollaga las flores del mismo nombre.
Era severo, exigente, intratable, reclamaba cualquier falla incluso en las entrevistas, pero también era un gran ser humano, siempre lamentó que por andar tras la huella de sus ancestros descuidó a sus hijos. A sus amigos abría su corazón, las puertas de su casa, sus botellas de vino y sobre todo la flor de su pensamiento.