Oaxaca, México.-El cine, tanto de ficción como documental, es una ventana para que el espectador viva realidades diferentes a la suya y enriquezca su humanidad. Esta máxima ha sido una constante durante la XVIII edición del Guanajuato International Film Festival (GIFF), diez días durante los que se han proyectado excelentes títulos tan diversos en su temática como en su origen. Dos de ellos —uno turco y uno mexicano— exhiben distintas facetas del dolor humano, sus horrores y su relación con la ilegalidad.
Tierra de cárteles
Producida por A&E Indie Films y hablada tanto en inglés como en español,
Tierra de carteles (
Cartel Land) es un documental que, de manera cruda y directa, aborda las medidas violentas tomadas por grupos ciudadanos para combatir al narcotráfico en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos. El director y productor Matthew Heineman se inmiscuye con alto riesgo personal en un mundo de violencia y corrupción para mostrarle al espectador una de las oscuras realidades del México contemporáneo: Un ciclo de horror del que ninguno de sus personajes sale victorioso.
En Arizona, el grupo de justicieros ciudadanos Arizona Border Recon, liderados por Tim "Nailer" Foley, patrulla la frontera con México, deteniendo por igual a inmigrantes indocumentados y a miembros del crimen organizado. El discurso de Foley se basa en que la decadencia y posible colapso de su país es responsabilidad directa de los huecos en la frontera y del ingreso de los carteles de la droga a territorio estadounidense. Él y su grupo de vigilantes armados aseguran que el gobierno les ha fallado, de modo que si ellos no se ocupan de esta amenaza, ¿quién más lo hará?
Del lado mexicano,
Tierra de cárteles se enfoca en el caso de los grupos de autodefensa en Michoacán. Con el doctor José Mireles a la cabeza, los habitantes de Apatzingán, Tepalcatepec y otros municipios michoacanos, de levantaron en armas contra los grupos criminales que se apoderaron del estado hacia 2013. En lucha encarnizada contra los Caballeros Templarios —integrado por ex miembros de La Familia Michoacana—, las autodefensas recuperan gradualmente sus pueblos, caminando la delgada línea entre ejercicio de justicia y convertirse en el mismo monstruo al que quieren destruir.
Este documental pareciera complaciente con las figuras de autoridad de ambos grupos ciudadanos, sin embargo, los hechos que presenta son contundentes y su balance final no es precisamente positivo. Destaca la cercanía de la cámara con la acción, colocando al espectador en el camino de las balas y sangre de los enfrentamientos entre autodefensas y narcotraficantes, además de introducirlo en las reuniones cruciales que determinaron la situación actual de los grupos de autodefensa en Michoacán.
Tierra de cárteles es una película indispensable para entender el presente mexicano y no perder de vista la escalofriante cercanía de estos horrores con cada habitante de este país.
Sivas
Esta película turca ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Venecia en 2014.
Sivas es la opera prima del director y guionista Kaan Mujdeci, quien debuta con este largometraje acerca de la vida campestre en Anatolia y su estrecha relación con la práctica clandestina de las peleas de perros.
Para protagonizar esta película, Mujdeci eligió al niño Dogan Izci, quien a pesar de carecer de preparación actoral, interpreta satisfactoriamente al pre adolescente Aslan ("león", en turco), un niño problemático que encuentra en un perro de pelea al avatar de la furia y poder que quisiera expresar por sí mismo. Ignorado por sus padres, Aslan es un chico de temperamento inestable y con dificultad para entablar relaciones personales. Algunos conflictos escolares y el desapego de su familia hacen de Aslan un niño taciturno que intenta encontrarse a sí mismo a través de la envidia y admiración de sus compañeros de clase.
Cuando Aslan y su hermano son testigos de una pelea de perros en los alrededores de su comunidad, el niño se niega a abandonar a
Sivas, el perro perdedor, a quien sus dueños dan por muerto. A diferencia de otras cintas en las que la relación principal es entre un niño y su perro, en
Sivas el espectador se encuentra con el orgullo del niño ante la violencia y brutalidad de las peleas en que su hermano y un grupo de hombres de la comunidad inscriben a su perro. Sivas le pertenece a Aslan, pero el niño necesita más al perro de lo que el perro al niño. Aslan sólo importa a través de la fuerza, el honor y la virilidad que representa su perro ante los ojos de los hombres que lo rodean.
La fotografía en Sivas resalta lo yermo de la Anatolia campestre, tan vacía en su paisaje como en las esperanzas de sus habitantes. Aquí, el dolor no está a flor de piel, sino en el temor de Aslan de nunca pertenecer o valer por sí mismo. Destaca también la brutalidad de las escenas de combate entre los perros, que por su ritmo y diseño sonoro elevan la tensión de la audiencia a niveles insospechados. De acuerdo con los créditos finales, ningún animal fue herido en la filmación. No puede decirse lo mismo de cada espectador a la salida de la función.