Juan Manuel Alegría
Oaxaca.- “Nada más pernicioso que ese culto a la pobreza, aderezado de buenos sentimientos, que está arraigado en la misericordia cristiana y que perdura en las actuales formas de solidaridad.” (Nietzsche)
Le comento al Maestro Yáguer que voy a escribir sobre los limosneros y le pido su punto de vista. Como en ciertas ocasiones, no contesta directamente:
“Cuando mis hijos eran pequeños —indica, mirando, sin mirar a ninguna parte—, les dije que lo más importante en la vida era que trabajaran para ser amados. Si no lo lograban; entonces, que hicieran todo tan bien como para ser respetados. Si eso no era posible, que hicieran que fueran temidos. Pero si tampoco servían para eso, entonces, deberían lanzarse al mar desde un acantilado; pero que jamás permitieran que sintieran lástima por ellos”.
Ya no pregunto más. Me queda más que claro que la lástima es el peor sentimiento que puede inspirar un ser humano. Y, esto es lo que provoca una persona con alguna discapacidad que pide limosna.
Aunque se parezcan, la lástima y la compasión no son iguales. Lástima, procede de una variante del latín “blastemare” (calumniar, dañar con la palabra, de ahí “blasfemar” y “blasfemia”). Originalmente significaba perjuicio, zaherimiento, daño. Luego pasó a ser el sentimiento que provoca lo dañado.
La compasión, según sus raíces latinas y griegas, vienen de simpatía; literalmente "sufrir juntos", "tratar con emociones". Es el sentimiento donde se comprende el sufrimiento de otro ser y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo esa pena.
Esa palmadita o ese gesto de “comprendo” o una miserable moneda a un mugroso con una extremidad mutilada, no es compasión.
Digo “mugroso” sin que signifique insulto; porque desde los tiempos perdidos en la historia se sabe que una primera regla en este asunto es que, quien necesite una limosna, debe ofrecer una imagen patética, si no, no se le cree.
Sin embargo, quien considera hacer una buena acción con la moneda al mendigo, tiene un sentimiento superficial que incluye uno de superioridad, pues ve al sujeto como inferior. Se considera que, quien otorga una moneda, no se está planteando en ese instante resolver la situación del necesitado.
Como dice Thomas Hobbes: “Porque ningún hombre da sino con intención de hacerse a sí mismo un bien”.
Los estudioso del tema señalan que, quien atiende a los menesterosos tiene en el fondo una idea de que obtendrá prestigio; es decir, quiere cierto poder en la forma de ese prestigio: hay un interés, religioso, moral o social (a veces, ninguno, sino, el temor, la presión o pasar más rápido por ese trance).
Toda esta palabrería viene a cuento por lo que cualquiera puede ver en las ciudades principales; en sus cruceros, semáforos o plazas, a individuos aún en edad de producción, pero a los que les falta una pierna o un mano, que se dedican a pedir una moneda.
En otras regiones, la falta de una extremidad (incluso de dos) no es obstáculo para que pueda desempeñar un empleo o un oficio. Nuestra cultura (principalmente la empresarial) ha obligado al discapacitado a depender de su familia o de la lástima pública, a perder la dignidad y a humillarse por un mísero peso.
Ojalá se pudiera, pero no es necesario, tener las prótesis del aquel corredor famoso de Sudáfrica. ¿Quién no recuerda a un pirata con una “pata de palo”? El odiado Antonio López de Santa Anna tenía una, y no le impedía cabalgar. Mi padre me contaba de un hombre sin brazos que, a la entrada de la Villa de Guadalupe, en la Ciudad de México, que tejía abanicos y diversas figuras de palma utilizando únicamente sus pies. Fue famoso un artista japonés que nació sin brazos ni piernas que pintaba con la lengua. Aunque el tema es otro.
Una persona con discapacidad es igual a las demás y debería tener las mismas oportunidades que todos. No es una inútil. Se les debería juzgar de acuerdo a su capacidad solamente. En la prensa encontramos casos de discapacitados que son incluso mejores que algunos “normales”.
El gobierno de Oaxaca, desde hace tres años, utiliza a sordomudos para monitorear cámaras de vigilancia de la ciudad de Oaxaca. Y este año, con la Asociación Mexicana para la Atención de Personas con Discapacidad (Amadivi) han capacitado a ciegos o débiles visuales que podrán leer en computadoras con pantallas especiales
¿Por qué no los gobiernos municipales, a través del DIF o algún otro organismo que inventen, crean centros de capacitación en artes y oficios para discapacitados pordioseros?
Se podría dar otra oportunidad a quienes se ven obligados a vivir sin dignidad. Los partidos deberían imponer una cuota de ellos en cada administración (si imponen a algunos discapacitados mentales…)
Quienes están a favor de ello, señalan que los discapacitados suelen ser empleados capaces y responsables; que no son faltistas, que sufren pocos accidentes y hasta trabajan más tiempo que el resto. Contratarlos, significa también que podrán atraer a una clientela más amplia: otros discapacitados, su familia, defensores, amigos.
Por otro lado, un ejemplo de que se puede salir adelante, sin la humillación, nos las da Martín, el plomero acapulqueño que fabricó su prótesis con 70 pesos invertidos en material de PVC.