o El violista e investigador Sergio Ortiz profundizó en la vida y obra del compositor dentro del ciclo de charlas ilustradas de la Biblioteca Vasconcelos
Oaxaca.-Manuel M. Ponce, Julián Carrillo, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas representan los cuatro pilares de la composición musical mexicana de concierto y son las figuras esenciales para entender el devenir musical de nuestro país.
Así lo considera el violista e investigador Sergio Ortiz, quien encabeza una serie de charlas ilustradas con ejemplos sonoros en la Biblioteca Vasconcelos, organizada en colaboración con la Coordinación Nacional de Música y Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
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Un gran legado para la música en México[/caption]
El miércoles 14 de septiembre tocó el turno a Carlos Chávez (1899-1978), uno de los compositores mexicanos más conocidos en el mundo, y quien logró condensar las sonoridades de nuestra nación, pero también abordar la música contemporánea de su época, refirió el investigador.
Señaló que Chávez se inició temprano en la música: desde los nueve años de edad aprendió a tocar el piano con su hermano Manuel y Asunción Parra, una de sus primeras mentoras.
La influencia de su familia facilitó su formación: “Su padre registró 18 inventos y su mamá fue una de las primeras mujeres que recibió el título de profesora de la Escuela Normal para Señoritas. Era una familia que tenía una posición social diferente, con más contactos con la clase política”, aunque eso no le resta mérito a su carrera, apuntó.
El destacado compositor también estudió con Manuel M. Ponce y Pedro Luis Ogazón, a quien le atribuyó la mayor parte de su formación musical. Ogazón introdujo la música de Debussy en México y fue quien le inculcó a Chávez la teoría de armonía de Juan Fuentes.
Una de las cualidades de Chávez, añadió, fue su gusto y disciplina por el estudio. “Se consideraba a sí mismo autodidacta en la composición, todo lo contrario a autores como Julián Carrillo”, lo que lo llevó a lograr una identidad sonora inconfundible.
Lo anterior puede apreciarse en sus obras más características, como el ballet El fuego nuevo (1921) y la Sinfonía india (1935), estrenada por el autor con la Orquesta Sinfónica de Boston, y en la que se valió de ritmos palpitantes, el carácter melódico y la percusión de la música tradicional mexicana, y expresiones de origen prehispánico, algo que abandonó en su etapa madura de composición, al alejarse conscientemente del nacionalismo.
Destacó también su labor como gestor y creador de instituciones, trabajo que desempeñó a la par de la composición y la docencia. “Todo el proyecto de creación del INBA fue encabezado por Carlos Chávez, quien también fue su primer director. Por primera vez en la historia de México hay una institución dedicada exclusivamente a la conservación, la difusión y la protección del patrimonio artístico. Ese es uno de sus méritos”.
Además, fundó “una orquesta que puso a México en el mapa internacional: la Sinfónica de México, que no era del Estado. Fue creada a petición de un sindicato, y Chávez, con un equipo muy hábil, logró construir un patronato que la sostenía. Claro, había un subsidio del gobierno, pero parcial. Con esa orquesta el público mexicano tuvo oportunidad de conocer las expresiones más modernas de la época del repertorio internacional”.
Agregó que la agrupación también se impuso en el terreno nacional, al estrenar obras de Candelario Huízar, Silvestre Revueltas, Manuel M. Ponce y un enorme número de compositores mexicanos en ese entonces aún en ciernes.
De igual modo se desempeñó en las letras: “Desde principios de los años veinte empezó a escribir en diversos medios. Fue un asiduo colaborador de El Universal, y ya había participado en la revista Gladios, bajo la dirección de Luis Enrique Erro”.
Finalmente, Ortiz invitó a los asistentes a acercarse a la música de Carlos Chávez, “para mí, en primer lugar, compositor; en segundo, creador de instituciones, y después, protagonista y testigo del desarrollo musical de este país”.