Oaxaca.-Los Diablos de Teloloapan, Guerrero, no representan a Luzbel o a Satanás. Ni al pecado o a la maldad. Ellos encarnan el espíritu rebelde que le dio patria a los mexicanos durante las primeras décadas del siglo XIX con la gesta independentista, se trata de los diablos insurgentes.
Cerca del año 1818, tras la muerte de Hidalgo y Morelos, la esperanza libertaria aún se respiraba entre los insurgentes que continuaban la lucha en lo que hoy es el norte del estado de Guerrero, donde Pedro Ascencio Alquisiras (1778-1821), brazo derecho de Vicente Guerrero (1782-1831), fue sitiado por los realistas en el poblado de Teloloapan.
Sin armas y con pocos hombres, al lugarteniente de Guerrero se le ocurrió tallar máscaras de madera e integrarles cuernos de borrego y chivo. Además, hizo que su gente se vistiera con cueras de gamuza de venado (tipo gabardina) y con ixtle tejieron enormes chicotes. Los españoles, al ver a estos “seres malignos” salir de cuevas a la medianoche y al escuchar los bufidos y chicotazos, huyeron despavoridos.
Esta proeza se rememora y se representada cada 16 de septiembre en la localidad, en un concurso de máscaras, cuyos contextos sociales, históricos y culturales son analizados por la antropóloga Anne W. Johnson en el libro Diablos, insurgentes e indios. Poética y política de la historia en el norte de Guerrero, presentado en la XXVIII Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH).
La doctora en antropología por la Universidad de Texas, en Austin, destacó que el volumen es resultado de poco más de 15 años de estudio de esta manifestación histórico-social y cuenta con el respaldo de la Coordinación Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), gracias al apoyo del proyecto multidisciplinario de investigación “La Construcción Antropológica e Histórica del Norte de Guerrero”.
Johnson relató su llegada a Teloloapan en 1995, cuando iba a Pátzcuaro a presenciar pastorelas navideñas. Había escrito su tesis de licenciatura sobre una de estas representaciones en Texas y su interés se centraba en la imagen del mal en ellas. En 1998 vio por primera vez el concurso de diablos y, un año más tarde, regresó para iniciar su trabajo de campo formal que es plasmado en el libro.
“Un profesor de teatro, que organizó una exposición de máscaras en la India y a quien le habían encargado unas de México, me invitó a acompañarlo, sabía de mi interés sobre los diablos. Llegamos a Teloloapan porque sabía que ahí había máscaras muy interesantes, y al verlas decidí indagar sobre ellas”, refirió.
Expuso que su investigación va encaminada no solamente al análisis de estas piezas como objetos, sino como parte de la puesta en escena, de un ritual.
El libro está dividido en tres secciones: “Diablos, mascareros, teloloapenses”; “El performance conmemorativo regional” y “Muerte y memoria”, que cuentan con siete capítulos, entre los que destaca el que retoma la historia discursiva del Diablo y las tradiciones orales, performativas y materiales involucrados en la realización del concurso de diablos.
La antropóloga mencionó que algunos mascareros, con el afán de plasmar la historia en las máscaras, las decoran con figuras de personajes como Miguel Hidalgo (1753-1811) con su estandarte de la Virgen de Guadalupe, y a su lado, a Pedro Ascencio.
A finales del siglo XX, se incorporaron figuras más allegadas a la identidad nacional como el Caballero Jaguar, el águila sobre el nopal, o más locales como personajes de la leyenda de Tecampana y del abrazo de Acatempan, entre otros. Este hecho hizo que aumentaran las dimensiones de las máscaras y la diversidad de representaciones visuales.
“Los participantes en el concurso compran una máscara o la piden prestada a un mascarero o a un familiar que haya participado anteriormente en el certamen, al igual que las cueras. En un principio medían cerca de 80 centímetros y ahora se pueden encontrar hasta de un metro de alto”.
Otro de los capítulos retoma el simbolismo de la figura del macho para analizar la construcción de cuerpos genéricos en el performance, donde no hay un guion sino que se trata de una exhibición de habilidades, de fuerza y de masculinidad.
“Al son de la música, los participantes bailan, deben mostrar gracia, buen humor, habilidad para moverse con una máscara grande y pesada, y ‘tronar’ el chicote más veces con ambas manos e hincado; son algunas pruebas que tiene que superar para demostrar que tan ‘gallos’ son como diablos”.
También se analiza la figura de Pedro Ascencio, el insurgente que con sus hazañas inspiró la tradición de los Diablos de Teloloapan. De esta forma se rescata la información existente acerca del héroe local que, aunque no forma parte del panteón nacional, es un personaje histórico poco recordado, pero que pervive en la región, gracias a la memoria histórica de algunos pueblos, que incluso lo ven como un ente protector.
En otro de los apartados, la antropóloga estadounidense se enfoca en otro festejo: el abrazo de Acatempan, para argumentar que las conmemoraciones conforman una especie de cronotopo, es decir, una conexión corporal que vincula el espacio y el tiempo en el performance, y crea una identidad local que celebra la mexicanidad, al mismo tiempo que la reformula de manera crítica.
“Se trata de un patriotismo muy interesante, porque existe la idea, no solamente en la región sino a nivel estatal, de que en Guerrero se forjó la patria, pero que la victoria aún no ha llegado para ellos. Esa ambivalencia que combina el orgullo por el aporte local a la nación con una crítica al Estado y a las instituciones está presente en esos actos”.
Anne Johnson afirmó que la investigación busca revalidar la visión local del pasado y de la historia a partir de la memoria, donde prácticas expresivas teatrales como el concurso de máscaras y las representaciones de los acontecimientos históricos, si bien, hacen referencia a la historia académica, también dan su propia versión de los hechos.