Oaxaca.-Durante gran parte de su historia, Japón fue un lugar remoto y casi desconocido para los occidentales, pero desde que quedó atrás esa suerte de aislamiento de todos con todos, no puede dejar de asombrarnos, expresó Teresa Franco, directora general del Instituto Nacional der Antropología e Historia (INAH), durante la reapertura de la Sala Japón. La tierra del Sol Naciente, en el Museo Nacional de las Culturas.
Acompañada por el Excelentísimo Señor Akira Yamada, embajador de Japón en México, la titular del INAH reconoció la singularidad de esta milenaria cultura, la estética que ha sido capaz de desarrollar, su capacidad de diálogo, de encuentro, y su fuerza para remontar adversidades.
La nueva sala permanente dedicada a esta nación oriental, es una oportunidad para el público nacional y extranjero de conocer y apreciar aspectos relevantes de la cultura japonesa. “Ofrece una visión panorámica de manifestaciones artísticas y aportaciones tradicionales del pueblo japonés, en las cuales se refleja la unión de lo utilitario, lo bello y lo espiritual, así como la distintiva y contrastante convivencia de los fieros samuráis y de un mundo altamente refinado”, expuso Teresa Franco.
La titular del INAH destacó la labor del Museo Nacional de las Culturas por promover esa visión de lo que es la universalidad de las civilizaciones en su conjunto, e hizo votos por el enriquecimiento de la honda amistad que hay entre Japón y México.
El embajador de Japón en México, Akira Yamada, mencionó que hoy por hoy, las relaciones entre ambos países —con más de 400 años de historia— se desarrollan de una manera dinámica en los ámbitos político, económico, cultural y académico, entre otros.
Para el diplomático japonés, quien expresó que el interés de los mexicanos hacia su cultura ha ido en aumento, su pueblo es producto de cientos de años en los que se traslapan influencias externas con impulsos propios, cuyo resultado es una cultura distinguible, con marcados contrastes, donde se puede destacar lo efímero y delicado de los cerezos de primavera, pero también enaltecer el perfil tajante de un sable del sable de un samurái.
Sobre la renovada sala dedicada a su país, opinó que se trata de un conjunto de objetos que constituyen una extraordinaria muestra de la esencia de Japón, desde las urnas con figuras humanas, de la era antigua Jomon, hasta las expresiones artísticas más contemporáneas.
Japón y México son países que cuentan con una riqueza cultural que, a través del intercambio de ésta, nos ha permitido profundizar en el conocimientos de cada una, así como estrechar más nuestros lazos de amistad”.
La directora del Museo Nacional de las Culturas, Gloria Artis Mercadet, resaltó que desde la creación del recinto museístico, en 1965, Japón siempre ha estado presente gracias a la donación de piezas por parte del gobierno de ese país, a través de su embajada, la Fundación México-Japón y numerosos ciudadanos japoneses residentes en México.
Entre los invitados especiales en la reapertura de la Sala Japón. La tierra del Sol Naciente asistieron los embajadores de Malasia, Jamaiyah Mohd Yusof; de Filipinas, José Eduardo A. de Vega, y de Tailandia, Surasak Chuasukonthip, así como los diplomáticos mexicanos Luis Ortiz Monasterio y Francisco Olguín; el primer secretario de la Embajada de Grecia en México, Nicolaos Vassilakis; el agregado cultural de la Embajada de Japón, Tasuku Yoshie; el director de la Fundación México-Japón, Masaru Susaki; y el secretario técnico de la Comisión de Relaciones Exteriores Asia-Pacífico del Senado de la República, Carlos Alberto González, entre otros.
También estuvieron Diego Prieto, secretario técnico del INAH; José Enrique Ortiz Lanz, coordinador nacional de Museos y Exposiciones; y Silvia Seligson, curadora de la sala.
El espacio renovado dedicado al País del Sol Naciente alberga 120 piezas —de las cuales una tercera parte son réplicas de obras consideradas en Japón tesoros nacionales— y cuenta con un discurso temático dividido en cuatro secciones: Concepción de la muerte: ritos funerarios, Influencia de la cultura china, Creencias y costumbres tradicionales, y Aportaciones.
Durante los periodos Jomon y Yayoi (aproximadamente 10000 a.C. - 250 d.C.), los enterramientos se realizaban en urnas de barro depositadas en fosas de tierra. Posteriormente, se crearon los primeros montículos funerarios, en el periodo Kofun (siglos III-VI d.C), para los líderes religiosos y políticos; estás prácticas concluyeron en el siglo VIII, con la introducción del budismo y la cremación.
En Influencia de la cultura china, segundo apartado, se aborda el florecimiento de los centros de poder y cultura. Al no tener escritura propia, Japón adoptó la china; más tarde, durante el periodo Heian (794 – 1185 d.C.), desarrolló un alfabeto complementario con el que floreció una distintiva cultura llamada clásica, cuyo signo más evidente fue la creación de dos nuevos silabarios o kana.
Entre los siglos VI y VIII, correspondientes a los periodos Asuka y Nara, Japón instauró un sistema centralizado similar al del gobierno imperial chino; a partir de entonces, las etapas históricas tomaron el nombre de la ciudad sede del poder. También instituyó el budismo, originario de la India y proveniente de China a través de Corea, como religión oficial; se erigieron numerosos templos, monasterios y esculturas, e incorporaron ceremonias budistas en la música y danza de la corte.
Entre las piezas originales con las que cuenta el museo y que podrán ser apreciadas, está una armadura de samurái que data del siglo XVIII, compuesta por láminas de hierro laqueadas, unidas por cordones de seda, un casco y una mascarilla de aspecto feroz que servía para infundir respeto y temor, así como algunos sables que datan del XIX.
La ceremonia del té, que surgió de la costumbre de los monjes budistas zen de beberlo durante sus largas horas de meditación, cuenta con algunos objetos empleados en este ritual, como son los utensilios o cha dogu, entre los que destacan unmizusashi (recipiente para agua); hishaku (cucharón de bambú), chawan (tazón para té); natsume (pequeña caja para guardar el té verde matcha) y tetsubin (tetera de hierro fundido), entre otros.
Otros aportes destacados son los biombos, que florecieron en el periodo Edo (1603-1856), y las xilografías o estampas conocidas como ukiyo-e, que surgieron a mediados del siglo XVII e ilustraban tres temas: Bijinga (bellas mujeres, cortesanas o geishas), personajes del teatro kabuki, y fuzoku o fukei-ga (escenas de la vida cotidiana y famosos paisajes).
El Museo Nacional de las Culturas se ubica en calle Moneda 13, Centro Histórico de la Ciudad de México. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 17:00 horas. La entrada es gratuita.