Ciudadania Express
Sábado 17 de diciembre, 2016. 10:54 am

¿Sueñan los stormtroopers con galaxias muy lejanas?

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Rodrigo Islas Brito Oaxaca.- “Ojala mis problemas se consumieran tan rápido como la existencia de un Stormtrooper”, pensaba mientras veía caer como moscas a los soldados enmascarados blancos imperiales en las múltiples batallas libertadoras de la más reciente entrega del imperio Star Wars. guerragalaxias2 Los troopers en Rogue One (EUA, 2016) parecen indios o nazis venidos de westerns clásicos y cintas bélicas celebratorias y reivindicadoras de los preceptos más sectarios american way of life,  de la segunda mitad del siglo veinte. Asomando por docenas sus cascos y caretas, apareciendo por todos lados, bien pertrechados y a paso veloz, solo para ser agujereados  en milésimas de segundo por rayos láser rebeldes que los propulsan a la calidad de ballet de abnegadas manadas sacrificatorias. Acompañando a esta vuelta a las masacres sabrosonas e indiferentes del más divertido cine de matinée, la precuela-secuela de la renovada franquicia galáctica y cultural se significa como una de las duras e imaginativas de la saga. El creador de filmes monstruosos Gareth Edwards (Monstruos, Godzilla) logra confeccionar esta gozosa aventura en base a una fe completa en su iracundo material. Salvo unos veinte minutos de metraje en los que no queda claro que es lo que los rebeldes están planeando o para que, Rogue One corre con el ritmo seguro de un cohete desdichado. 22 años después de muerto, el mítico y terrorífico Peter Cushing es revivido por computadora en su papel de general villano expresionista del Imperio de la primera cinta y el resto del casting no desmerece ante el evento. Felicity Jones, es enérgica y sensible como una damisela que a los apuros es capaz de explotarlos sola, Diego Luna, el primer mexicano al que por fin mandan a una galaxia muy muy lejana,  se muestra adecuado como un Han Solo trágico que es capaz de dispararle a sus amigos por la espalda con tal de que no le hagan más preguntas. También destaca el marcialista Donnie Yen como un ronin ciego que solo sueña con ser un jedi y que a la Fuerza le confía su sueño, y Forest Whitaker, en un episódico papel que daba para más, como un tronadísimo jefe rebelde que respira por la herida, al stromtroopersque el estratificado guion de Chris Weitz y Tony Gilroy, mezcla de 12 del patíbulo con El Imperio contraataca, le otorga el cumbianchero nombre de Saw Gerrera. Como precuela directa del filme de 1977 (aquella que dos o tres generaciones conocimos con el nombre de La guerra de las galaxias) hay mucha esperanza en Rogue One con todo y su omnipresente estrella de la muerte.  Muchas ganas de hacer viables sus promesas, de hacerlo bien. Por lo menos algo lejos han quedado ya las infames precuelas en triada del creador de todo el negocio, George Lucas. Ahora lo que sigue para el imperio Star Wars es la friolera de un estreno por año (entre precuelas, secuelas y lo que se desencante entre las dos) y la certeza de que todas las posibilidades temáticas serán explotadas en pos del mantener vivo este taquillazo de la erudición popular. Jabba the Hutt y su juventud de buen tipo cuando era flaco, Lando Calrissian y su vida de bandido galáctico a lo Motown, Jar Jar Binks y su faceta como traficante de mariguana en un planeta verde y muy  playero, la Princesa Leia y la relación amor odio con su estilista polinesio, el monje Obi Wan Kennobi y su amor condenado por una mercenaria nautelana, el día en el que Chewbacca se casó con una wookie, ¿Sueñan los stormtroopers con galaxias muy lejanas? Todas son posibilidades vivas para que esta saga intergaláctica perpetúe el chinc- chinc de su caja registradora  y  ese punch mágico de una imaginería inacabable, adolescente, condenada  a ser vista y ovacionada eternamente por un público fiel que de generación en generación ha bautizado en esta galaxia muy muy lejana, la durabilidad de sus propios sueños.  
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