Ciudad de México.- “Olga actuó como una suerte de icono para Tamayo; la pintaba cada determinado tiempo”, indicó en entrevista Juan Carlos Pereda, subdirector de Colecciones del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, y agregó que en la muestra
Rufino Tamayo, el éxtasis del color, que se exhibe hasta el domingo 27 de agosto en el Museo de Arte Moderno, “se pueden apreciar cuatro obras del artista en las que pintó a su esposa en diferentes etapas de su vida”.
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Foto/Fundación Rufino Tamayo[/caption]
“En total, Tamayo pintó alrededor de 20 retratos de su esposa, de los cuales en esta exposición podemos apreciar cuatro. En
Olga, retrato dinámico (1958) la presentó en plena actividad, tal como era: dinámica, diligente. Olga le facilitó el camino a Tamayo; fue una promotora muy agresiva y estratégica, y logró colocar la obra del pintor en las grandes colecciones privadas o institucionales. Este es un retrato complejo; no es mimético y utiliza una tonalidad inabarcable del gris con acentos en rojo”.
Rufino y Olga (1934) es otra de las obras que se exhiben en la muestra, la cual “me conmueve profundamente”, agregó Pereda. “Allí, Tamayo sugiere que él existe gracias a la evocación que ella hace de él. Olga está pensativa, concentrada mirando un reloj y lleva el vestido con el que se casó: un traje sastre con una boina. No tuvo vestido blanco de encajes. Este retrato es un manifiesto de amor muy complicado, sofisticado y conmovedor”.
El mundo interior de Olga, tan fuerte, rico y complejo, puede contemplarse en
Retrato de Olga (1935), pintado al pastel y donde ella aparece un poco triste. “Como no pudo tener hijos, siempre vivió en una especie de duelo. En este retrato la pintó ensimismada, con un mundo interior que se ve en su gesto y mirada”.
No obstante, añadió el especialista en la obra de Tamayo, “el más bello e importante para la historia del arte y para mí es el
Retrato de Olga que pintó en 1964, cuando cumplieron 30 años de casados, donde la retrató como una suerte de madona, de mujer poderosa llena de refinación con una enorme calma y una gran paz”.
En este retrato, “su rostro de belleza nada convencional es como una escultura prehispánica. Tiene unos símbolos en las mejillas que posiblemente Tamayo asoció con las deidades prehispánicas, como la Coyolxauhqui, que lleva cascabeles en las mejillas.
“Todo el arte de Tamayo no es de inmediata lectura: hay que desentrañarlo, interpretarlo. Es un artista de símbolos, signos, referencias para que cada espectador tenga su propia versión de la obra.
“Tamayo siempre dijo que un cuadro estaba terminado hasta que un nuevo espectador se plantara frente a él, cuestionara y sacara preguntas y respuestas tras estar parado frente a la obra.
“Estos retratos de Olga son acertijos, misterios, historias cifradas para que cada uno las llene con su propia experiencia, información y, sobre todo, sensibilidad”, concluyó Pereda.