Ciudad de México.- Ricardo Pablo Pedro, un joven de 26 años nacido en La Mina, un pequeño pueblo de Tuxtepec, Oaxaca, soñó desde niño con estudiar, conocer el mundo y conservar a sus amigos. Ni un solo día alejó esa meta de su mente y así cursó la primaria, secundaria y preparatoria entre Tuxtepec y Temixco, Morelos, antes de llegar a la
Facultad de Química (FQ) de la UNAM, en la Ciudad de México.
Hoy, el joven universitario cursa el doctorado en Ciencias (Química) en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), Estados Unidos, la institución que suma más premios Nobel en el mundo. “Hay varios mexicanos estudiando allí, pero creo que soy el único indígena”, reconoció.
Hijo de zapotecos, Ricardo no aprendió su lengua originaria pues su madre se negó a enseñarle por temor a que fuera discriminado. Supo lo que es trabajar de niño y sentir hambre al tener apenas un bolillo que llevarse a la boca. Pero esa precaria realidad no lo alejó de su ambición, por el contrario, sentía que “no tenía nada que perder” y siguió luchando para ser un hombre de ciencia, capaz de virar un camino destinado a la marginación y la pobreza.
“Siempre seguí el sueño, nunca vi las limitantes”, reveló sobre esa fórmula interior que lo ha empujado siempre hacia adelante.
“Desde pequeño sabía que no quería morir pobre. Quería un futuro mejor para mí y para mi familia. Había momentos felices, de ir a la escuela y jugar con mis amigos”, recordó.
Ricardo, avecindado en Boston, ganó este mes el Premio Nacional de la Juventud y está dispuesto a seguir adelante, desarrollando materiales bidimensionales para hacer microchips y paneles solares.
“En el MIT desarrollamos materiales como el siliceno (silicio en capas), el fósforo negro y otros cuya base es el grafeno”, resumió. Actualmente se enfoca en generar teoría y simulaciones, para después entrar al diseño experimental y las posibles aplicaciones de estos materiales en los campos de energía y electrónica.
Está por concluir (en mayo del 2018) su doctorado en el MIT y ya hace planes para el futuro. Piensa en un posdoctorado, o quizá en iniciar una empresa en la Unión Americana. “Pero pienso en ayudar a mi país, hacer trabajo social; ahora estoy dando charlas y volví a mi pueblo después de tres años y medio para hablar con los jóvenes, para que le echen ganas y sepan que no hay que abandonar los sueños, que se pueden cumplir”, afirmó sonriente.
Para Ricardo, el MIT es como una gran familia. De esa institución ha recibido una beca y hasta una computadora portátil que le permiten seguir con sus estudios en Boston. “Uno de mis retos ha sido aprender inglés, pero me puse a estudiarlo desde la Facultad de Química y ya me defiendo”, reveló.
Contrario a lo que podría pensarse en una universidad privada y de excelencia académica mundial, en el MIT está penada la discriminación, resaltó.
“Tengo compañeros de todo el mundo, de la India, China, Rusia y Europa, muy pocos latinoamericanos, y varios mexicanos. En el MIT hay mucha apertura de pensamiento y libertad para la cátedra. Te facilitan todos los recursos materiales aunque el nivel de exigencia es muy alto. Si alguien discrimina te expulsan”, remarcó.
Ricardo aseguró que la UNAM y el MIT han cambiado su vida y que siempre estará agradecido por eso.
“Tuve que partir de la tierra que me vio nacer persiguiendo el anhelo de tener una educación. La idea surgió de mi madre, a quien admiro porque a pesar de no saber leer ni escribir, ni hablar bien español, siempre me apoyó para estudiar, tener más oportunidades y salir de pobre”, concluyó.