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Virginia Woolf el gran referente de la literatura feminista

Virginia Woolf el gran referente de la literatura feminista
Martes 06 de febrero, 2018.
11:00 am
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SemMéxico Oaxaca.- Virginia Woolf está considerada una de las figuras literarias más importantes del siglo XX. Esta escritora británica, nacida en Londres en 1882 con el nombre Adeline Virginia Stephen, también es una de las voces más influyentes del feminismo moderno gracias a sus textos. “Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural”, escribe Woolf en el ensayo ‘Una habitación propia’. La autora inglesa, que se suicidó el 28 de marzo de 1941, tiene entre su obra títulos como ‘La señora Dalloway’, ‘Al faro’, ‘Orlando’ y ‘Las olas’. Este jueves pasado se cumplieron 136º años del nacimiento de Virginia Woolf. Virgina Woolf, hija de un escritor y una modelo, creció en el seno de una familia de la alta burguesía de Londres, en una casa con una gran biblioteca y entre frecuentes visitas de autores a su padre. Woolf no fue a ninguna escuela, pero recibió clases de profesores particulares y de su progenitor. Empezó a escribir en un periódico en 1905 y no fue hasta 1915 cuando publicó su primera novela, ‘Fin de viaje’, a través de la editorial de su hermano. Los primeros años de su vida y sus vivencias impregnaron alguna de sus obras, como ‘Al faro’. En su poderosa narrativa, Woolf sobresalió por la introspección de sus personajes y la descripción de las emociones que subyacen a eventos aparentemente mundanos. Las obras de no ficción como ‘Una habitación propia’ (1929) y ‘Tres Guineas’ (1938) muestran la decidida perspectiva feminista de Woolf al documentar la discriminación intelectual hacia las mujeres y la dinámica de poder dominada por los hombres de la época. Otra de las grandes aportaciones de la escritora británica fue el dominio de la técnica del monólogo interior, también llamada ‘el fluir de la conciencia’. Esta forma de escribir, con influencias freudianas, consiste en volcar directamente en el papel las cavilaciones de los personajes. En ‘La señora Dalloway’ (1925) este recurso brilla con especial intensidad. Como el pensamiento, la escritura se volvía caótica pero directa, saltando de una idea a otra, siguiendo los hilos de preocupaciones e ilusiones. Era una aproximación sin tapujos a lo más íntimo de los personajes.                                                            Virginia Woolf, referente feminista Una de las obras de la escritora británica, miembro del grupo Bloomsbury y muy significativa en la sociedad literaria de Londres, Una habitación propia (1929) se incluye entre los textos más citados del movimiento feminista. En concreto, la famosa sentencia de la escritora. “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”. De hecho, es considerada una feminista pionera (defensora de los derechos de las mujeres) además de intelectual y creadora literaria innovadora. Virginia Woolf, autora de La señora Dalloway, Orlando y Las olas padecía crisis nerviosas y caía en estados de profunda depresión. Estudiosos de su obra y su biografía, entre ellos su sobrino, sugieren que en estas crisis y trastornos tuvieron que ver los abusos que ella y su hermana Vanessa padecieron de sus mediohermanos (sus padres habían estado casados previamente y después habían enviudado por lo que en la casa familiar había hijos de tres matrimonios). De hecho, la escritora, considerada entre las más importantes del siglo XX, lo deja entrever en sus escritos más autobiográficos. En Noche y día y en Al faro, narra la situación de la mujer en la Inglaterra de entonces y su papel al frente de la familia como su lucha de poder con el hombre. Estas escasas pinceladas de la escritora, que acabaría con su vida sumergiéndose en el río Ouse en marzo de 1941, con 59 años de edad, quizá hayan inspirado (o no) a los diseñadores del doodle para homenajear hoy a Woolf, cuando la fecha de su aniversario no es redonda pero sí que encaja en la ola del movimiento #Me Too, que reivindica a las mujeres que han roto su silencio, aunque hayan pasado más de cien años. Tras la muerte de su padre (su madre ya había fallecido), en el número 46 de Gordon Square, donde Virginia vivió con sus hermanos Vanessa, Adrian y Thoby entre 1904 y 1907, se dieron todo tipo de relaciones cruzadas, tanto sentimentales como artísticas. Allí se hicieron famosos los jueves culturales en los que se daban cita intelectuales como Leonard Woolf, Lytton Strachey, Clive Bell, David Garnett, Duncan Grant, John Maynard Keynes, Roger Fry y Saxon Sidney-Turner. El círculo de Bloomsbury. Con 30 años se casa con el economista Leonard Woolf, miembro del citado grupo, fundaron la editorial Hogarth Press, en la que Virginia Woolf editaría su obra y la de otros escritores como Katherine Mansfield, T. S. Eliot, Sigmund Freud, Laurens van der Post, entre otros. Posteriormente, y dentro de un movimiento y ambiente en contra de la exclusividad sexual, conoció a la jardinera y escritora Vita Sackville-West. Mantuvieron una relación sexual de la que nació la obra Orlando, considerada “la carta de amor más larga y encantadora en la historia de la literatura”, a decir del hijo de Vita Sackville-West, fruto de su matrimonio con Harold Nicolson. Fue el cuñado de Virginia Woolf, Clive Bell, quien la avisó de que una aristócrata bien conocida en todo Londres por sus sonadas aventuras homosexuales, Vita Sackville-West -escritora también, había puesto los ojos en ella y quería conocerla, para lo cual se organizó una cena de ringorrango. “Vita es una lesbiana declarada, ten cuidado”, le dijo Clive, a lo que la mordaz Virginia repuso: “Pues con lo esnob que soy, no sabré resistirme”. Pese a los displicentes comentarios iniciales de la novelista, parece que el encuentro surtió el efecto deseado por Vita: despertar el interés, primero, y el deseo luego de la gran Virginia Woolf. En algún punto intermedio hizo acto de presencia además el amor, cuyo testimonio ha quedado por escrito a través de las muchas cartas que se cruzaron las dos protagonistas. A partir de ese intercambio epistolar, la periodista y escritora Pilar Bellver creó la novela de lo que también se pudieron haber dicho, A Virginia le gustaba Vita, publicada por la editorial Dos Bigotes. Virginia Woolf no tenía problema alguno en plantearse una relación homosexual. Se había criado en un ambiente de absoluta libertad, a su alrededor eran comunes tanto los escarceos extramatrimoniales como las relaciones entre personas del mismo sexo -a pesar de la rígida moral victoriana que parecía imperar-, y el grupo de Bloomsbury en el que reinaban ella y su hermana Vanessa venía a ser una saturnal continua donde todos se acostaban con todos. Oficialmente, era una mujer frígida, incapaz de sentir deseo sexual por su marido, Leonard, con quien por lo demás formaba un matrimonio muy bien avenido. En cuanto a Vita, su conducta en cuestión de amor rayaba en la promiscuidad, y estaba igualmente casada. Su esposo, Harold Nicolson, era abiertamente homosexual y aceptaba de buen grado las andanzas de ella por mucho escándalo que causaran. No todo el mundo era igual de tolerante. El marido de una de sus amantes, el poeta sudafricano Roy Campbell, persiguió a Vita por medio Londres con una pistola cuando se enteró de la infidelidad de que era víctima. Como señala Pilar Bellver, había sintonía y complicidad no sólo en el seno de ambas parejas sino también entre los matrimonios mismos, que mantuvieron su amistad hasta el final. “No había celos entre los Woolf y los Nicolson, pues habían llegado, independientemente, a la misma definición de confianza”, escribe. Quizá Leonard fuera el menos contento con la situación, pero no por miedo a que Virginia se alejara de él sino a que las emociones en juego “pudieran volver a perturbarle la mente”. La escritora padecía depresiones (trastorno bipolar según el diagnóstico de hoy) desde los 13 años, cuando murió su madre, y -como es sabido- acabaría suicidándose en el río Ouse. Vita y ella, a pesar de estar separadas por 10 años, inician una relación de alta intensidad. Se acuestan por primera vez la noche del 17 al 18 de diciembre de 1925, según sabemos por una carta de Vita a su marido y por su diario. Virginia Woolf se recata un poco en el suyo, sabedora de que Leonard tiene la costumbre de leerlo, mientras que su libérrima amante ni se molesta en poner sordina a sus aventuras. Muy pronto se convencen las amantes de que lo ideal es continuar con su statu quo como hasta entonces. Nada de pensar en cambios de vida: “El amor nos basta para querernos, no necesitamos añadirle la rutina de una convivencia que bien podría ser desastrosa”, imagina Bellver que dice Vita.Si a la aristócrata y escritora -que por cierto goza de mucho mayor éxito en el momento que su amiga- le molesta algo de Virginia es que parece no entregarse por completo, como si su naturaleza de narradora le hiciera estar siempre, de algún modo, tomando nota de lo vivido, la autora de Una habitación propiano puede digerir bien los constantes affaires de su amante. De camino a Teherán, donde su marido es encargado de negocios de la embajada inglesa, Vita siente tal deseo de estar con Virginia que fantasea con raptarla. “Ella no estaba acostumbrada a desear sin conseguir”, tercia aquí Pilar Bellver. A su vuelta de Persia, afloran sin embargo los primeros indicios de alejamiento entre la pareja. Virginia Woolf anota en su diario: “Iba más descuidada [Vita], pues había venido directamente con su ropa de viaje; y no tan bella como otras veces (…). Así que las dos sufrimos cierta desilusión (…). Es muy posible que esto sea más duradero que la primera rapsodia”. A pesar de todo, las amantes se las arreglan para, pasado lo más bullente del amor, construir lo que Vita define como “una amistad respetable, cierta, durable, casta y tibia”. Algo menos intenso pero más duradero que aquellos primeros encuentros ardientes en la gran mansión de Vita, Knole, tan grande que nadie podía precisar cuántas habitaciones tenía. La inmensa hacienda de los Sackville-West, que sigue siendo una de las cinco mayores de Inglaterra -más grande que Buckingham Palace, por ejemplo-, desempeña un papel importante en la presente historia. Después de haber escrito La señora Dalloway y Al faro, Virginia Woolf pide permiso a Vita, que se halla en plena vorágine de traiciones, para escribir sobre ella, y Vita acepta. El resultado es otra obra superlativa, Orlando, que trata sobre un personaje que vive cinco siglos, primero como hombre y luego como mujer. Orlando comienza con una famosa escena en la que el protagonista observa desde lo alto de una colina los movimientos de personas a las puertas y dentro de una casa gigantesca, como Knole, ante la llegada de la reina y de su cortejo. Tiene que bajar a la carrera al valle, vestirse de forma adecuada, recorrer incontables corredores y tomar varios atajos para llegar a tiempo de recibir al visitante. Pilar Bellver sostiene que, más allá de las consecuencias emocionales, la relación tempestuosa de Virginia Woolf con Vita, “todo ese caldo de seducción primero y luego de amor, de deseo, de alegría y de frustración al mismo tiempo, dieron como resultado el entusiasmo y la intensidad con que Virginia escribió en esos años sus mejores novelas: La señora Dalloway, Orlando y Las olas. Las mejores con diferencia”. Irene Chikiar, en su biografía de la autora inglesa, sentenció algo que no deja lugar a dudas: “Si bien Virginia sentía que en un plano pasional o sexual no podía competir con esas otras mujeres que atraían a Vita, era evidente que ninguna de ella podía escribir Orlando”. No sabemos si ser consciente de esto habría servido de consuelo a Virginia Woolf. Trastorno bipolar La vida de la escritora estuvo marcada por las depresiones -a los 13 años tuvo la primera de ellas tras la muerte de su madre- y el trastorno bipolar que sufrió. Esto no alteró su productividad literaria, pero sí dejó huella en su obra. Al final de la vida de Virginia Woolf, su depresión se agravó con varios sucesos, como el estallido de la segunda guerra mundial o la mala acogida de uno de sus libros, hasta que se suicidó. La autora se llenó los bolsillos del abrigo con piedras y se tiró al río Ouse cerca de su casa en la localidad de Sussex (Inglaterra). Antes de suicidarse dejó una nota a su marido, el periodista y editor Leonard Woolf. “Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible”, empieza la carta. La nota de Virginia Woolf, que expresa su amor incondicional hacia su marido, continúa así: “Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo, todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que hemos sido tú y yo”.
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