Oaxaca.-Dispersos en repositorios de México y del extranjero, en nuestros días sobreviven cerca de medio millar de “códices del encuentro”, aquellos elaborados para el diálogo entre indígenas y españoles a lo largo del proceso colonizador, documentos “plenamente biculturales, que reconfirman las habilidades de un pueblo capaz de desarrollar un arte comunicativo enteramente propio e inédito”, mencionó la doctora Ana Rita Valero de García Lascuráin, en la segunda conferencia del ciclo dedicado a estos textos pictográficos.
En la actividad organizada por la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), la etnohistoriadora dejó claro que la escritura mesoamericana no sucumbió tras la Conquista, sino que resurgió bajo una forma distinta, gracias a la mancuerna sabiamente establecida entre los antiguos tlacuilos y los frailes cronistas.
Detalló que en la propia BNAH y en el Archivo General de la Nación (AGN) se resguarda un buen número de estas invaluables pictografías, ya que a la tradición pictórica se añadieron glosas en castellano. Mientras, en el extranjero se pueden buscar en repositorios de Francia, Inglaterra, España, Alemania y Estados Unidos, por dar algunos ejemplos. Sin contar aquellos documentos que aún custodian las propias comunidades.
La experta indicó que, ante las necesidades comunicativas del momento, los antiguos tlacuilos incorporaron nuevas técnicas y —conservando sus valores tradicionales— rediseñaron la escritura. De suerte que los indígenas siguieron escribiendo y los españoles manifestaron su interés en estos escritos, pero con una visión práctica. “Lo que se necesitaba era dialogar claramente entre las dos repúblicas.
“Hernán Cortés utilizó las cartas geográficas de Moctezuma para trazar sus nuevas expediciones; además usó los documentos referentes a los tributos del mismo tlatoani para trazar los planes económicos, fundamentalmente para saber cuáles regiones convenía atacar porque eran altamente productivas.
“Los indígenas también usaron sus documentos como como herramienta jurídica, pruebas de derecho. En la infinidad de juicios promovidos por ellos en defensa de su patrimonio, de su integridad fiscal, las pruebas eran sus códices. Algo que se sigue haciendo, todavía al Archivo General de la Nación acuden comunidades en busca de sus antiguos códices, para presentarlos como pruebas de desahogo en juicios o demandas”.
La integrante de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, refirió que la destrucción de códices no se dio únicamente como producto del vandalismo de las contiendas de conquista, sino que los propios gobernantes mexicas (en décadas previas a la llegada de los españoles) cometieron también este tipo de actos atroces, que bien podrían inspirar novelas de ficción.
“Al mismo tiempo que había esta cultura libresca en Mesoamérica, paralelamente hubo destrucción. Itzcóatl, uno de los estadistas más distinguidos de Tenochtitlan, mandó quemar todos los códices que habían juntado hasta entonces, porque no le convenían políticamente. Fue una purga terrible. Lo mismo hizo Moctezuma I, porque quiso hacer ciertos cambios en el calendario que precisaban desaparecer los antiguos”.
De las grandes pérdidas documentales a raíz de la Conquista, Valero relató el funesto paso de Hernán Cortés por Texcoco: “Cuando entran a esa ciudad, los contingentes tlaxcaltecas que lo acompañaban se dirigieron al palacio de Nezahuacóyotl, y prendieron fuego a los archivos de la corte más culta del Altiplano. Nunca vamos a acabar de llorar eso”.
Pese a ello —anotó—, durante la Colonia, la escuela de Texcoco sería la más fiel a su tradición escritural, mientras la de Tlatelolco, a través del Colegio de la Santa Cruz, sería la más europeizante.
Entre los “códices del encuentro” se pueden mencionar obras maestras de botánica como el De la Cruz-Badiano; verdaderas enciclopedias como el Florentino, o de historia como el Azcatitlan, del cual dio más detalles la historiadora miembro del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
El Códice Azcatitlan es un documento del centro de México, del segundo tercio del siglo XVII, encuadernado a la manera europea y su contenido está dividido en tres secciones pintadas a color: La salida de Aztlán y el peregrinaje de las familias que después fundarían Tenochtitlan en el centro de México; la capital tenochca en toda su dimensión; y la entrada de las tropas españolas a la misma.
Los “códices del encuentro” significaron una revolución en términos de comunicación, porque los tlacuilos incorporaron técnicas como el sombreado o el uso de la proporción, con diseños anatómicos que mostraban movimiento y expresividad. De manera que “se abandonó el severo simbolismo de antes, para dotar de un naturalismo renacentista que perseguía imitar la realidad, lo que antes no interesaba”. Mientras, en términos de la materialidad, se extendió el uso del papel europeo, el cual convivió con viejos soportes como el papel amate.
“Si antes se habían elaborado códices adivinatorios, rituales, calendáricos, ahora se estaban escribiendo doctrinas, catecismos como los testerianos —así conocidos por su autor fray Jacobo de Testera—; y si antes se habían hecho libros que relataban la cronología de pueblos como el mixteco, ahora en códices como el Azcatitlan, se dejaba constancia de la historia, antes, durante y después de la Conquista.}
“Estos ‘códices del encuentro’ son fieles ejemplos de la escritura mestiza, heredera de la pluma de los tlacuilos, con la colaboración de los frailes renacentistas que entendieron a la cultura indígena y supieron guiar”, concluyó Ana Rita Velero.
El ciclo de conferencias “Códices del encuentro”, con el que la BNAH conmemora 500 años de la llegada de Hernán Cortés a tierras mexicanas, continuará el próximo martes 16 de julio, a las 19:00 horas, con la charla del doctor Eduardo Corona sobre El Códice Misantla: el significado histórico de la Conquista.
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