Por: Angélica Jocelyn Soto Espinosa/Cimacnoticias
Oaxaca.-Dominga González Martínez fue la primera en asomarse por entre el alto zaguán verde. Arriba de ella, sendas cámaras de vigilancia y el letrero del Centro Penitenciario y de Readaptación Social Santiago, en Almoloya, Estado de México. No volteó atrás ni un segundo.
Salió sonriente, de vestido de flores y canasta en mano. Tras ella, sus compañeros Lorenzo Sánchez Berriozábal y Marco Antonio Pérez. Los tres -indígenas- caminaban a paso tranquilo, con el regocijo de la libertad a cuestas.
Afuera les esperaba gente de su pueblo -indígena náhuatl- San Pedro Tlanixco, en el Estado de México, que lleva décadas en la defensa del agua de su río. Había más de un centenar de personas, principalmente mujeres que llevaban al menos cinco horas de pie. Todas tenían la mirada puesta en el portón y unas rejas verdes, la última valla entre la libertad o la injusticia.
Dominga y sus compañeros fueron sentenciados en noviembre de 2017 a la pena máxima de 50 años de prisión por el presunto homicidio y privación de la libertad del empresario floricultor de Villa Guerrero, Alejandro Isaak Basso, con quien la comunidad de Tlanixco sostenía un litigio por el uso del agua del río Texcaltenco. Mientras los floricultores, la mayoría con inversión extranjera, querían el río para lucro privado, el pueblo de Tlanixco lo necesitaba para tareas domésticas y de siembra que realizan principalmente las mujeres.
El juicio de este fin de semana llegó con más de 10 años de retraso, ya que a la y los indígenas les detuvieron y llevaron en prisión preventiva desde 2007. Desde entonces esperaban sentencia. Aunque inicialmente se les dijo que se repondría todo el proceso, el juzgado finalmente determinó su inocencia.
LARGA ESPERA
“¿Qué son unas horas cuando ya esperaste tantos años? soltó entre el tumulto una señora.
La víspera, las familias de Dominga, de Marco y Lorenzo, se postraron desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche a un lado del Cereso, donde se celebró la audiencia en la que un juez determinaría la libertad o el encierro.
Las familias no estaban solas, las abrazó el pueblo de San Salvador Atenco, otras personas defensoras de los derechos de los pueblos indígenas, integrantes del Centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero, (que les defendió legalmente), y el Congreso Nacional Indígena.
“Un pueblo unido, jamás será vencido. Un pueblo callado, jamás será escuchado“, “Libertad, libertad, a los presos por luchar”, se escuchaba entre las consignas.
Sin embargo, no fue hasta el otro día, 17 de febrero, cuando Roberto González, el hermano de Dominga salió del juzgado y comunicó a todos el auto de formal libertad de tres de los seis presos de Tlanixco.
Gritos, aplausos. Un ¡sí se pudo! que dijeron después de más de 10 años de gritar -en asambleas de pueblos, frente a representantes de Naciones Unidas, medios de comunicación y a autoridades- que sus familiares eran presos políticos a quienes el gobierno había reprimido a través de la criminalización por organizarse para defender su agua.
El Juzgado Primero Penal de Toluca, decidió esta resolución luego de que el Ministerio Público, adscrito a ese juzgado, se desistiera del proceso legal en contra de Dominga y sus dos compañeros.
El litigio estuvo lleno de irregularidades y violaciones al debido proceso, como denunciaron sus abogadas y abogados en su momento. Por ejemplo, la principal prueba contra Dominga fue que es “una señora morena y chaparrita”; y el agravante ser indígena y defensora.
Éste es un triunfo que ganaron las familias luego de que en 2017 se les sentenciara a 50 años de prisión por un delito que no cometieron. Las familias apelaron esta resolución y ayer tuvieron respuesta.
Con la resolución firme, irrevocable, Yolanda, la esposa de Lorenzo, dijo: “nosotros tenemos la necesidad y la obligación de defender nuestros recursos naturales. Si no lo hacemos nosotros, nadie va ir a nuestra comunidad a defenderlo. A nadie se le está robando, es nuestro. Defender el agua también es nuestro derecho”
“Es como despertar de una pesadilla. Al fin vamos a terminar con esto, dijo Tomasa, la hermana de Marco, otro de los liberados, horas antes de festejar la libertad.
RENACER
Era domingo de visitas. Dieron las 7 de la noche, pero varias mujeres y niños todavía salían del penal con bolsas. Afuera abordaban taxis en dirección al aeropuerto para regresar a sus entidades -lejanas- desde donde visitan a sus familiares en reclusión.
En medio de la impaciencia general, Yolanda estaba tranquila. No le dio tiempo de preparar un recibimiento en su casa para Lorenzo. “Su encierro nos dio un giro de 60 grados. Tenemos mucho qué platicar él y yo”, dijo sin quitar los ojos de los canceles verdes.
Cuando las rejas se abrieron, Raquel -la hija menor de Dominga- abrazó a su mamá en llanto abierto.
“Cuando se la llevaron mi vida se volvió un infierno porque yo era muy chica, dependía de mi mamá”. Raquel era una adolescente de 14 años cuando un comando de policías federales se la quitó una noche. “Es una emoción muy grande y yo creo que no es tarde para rehacer la vida”, expresó.
Quien esperó por muchos años esta escena fueron las madres y padres de los indígenas.
Por eso, las primeras palabras de Dominga, ahora libre, fueron: “Lo primero que haré es estar con mi familia porque fueron muchos años perdidos, y también iré a visitar la tumba de mis padres, a quienes jamás volví a ver”.
Marco y Lorenzo también se abrazaron a las que por tantos años les esperaron afuera: sus hermanas, sus esposas, sus hijas e hijos. Abrazos, regalos, confetis, y palomas blancas de papel por todos lados.
Antes de irse advirtieron que la residencia va a seguir hasta que liberen a sus tres compañeros que continúan presos: Pedro Sánchez Berriozábal, Teófilo Pérez González y Rómulo Arias, a quienes sus esposas, madres e hijas esperan. “Ahora nos llevamos tres, mañana los otros tres”, gritaron desde afuera del Cereso.
La algarabía se formó en tres “torbellinos” de gente. Cada uno con su familia y su fiesta. Como cierre de más de una década de espera, en menos de diez minutos todos ya estaban dentro de varios autos.
Ya con la noche encima, salieron rumbo a la celebración de una nueva vida que, como dijo Tomasa, “ahora juntos tendremos que reinventar”.
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