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Oaxaca.-El estigma social es un obstáculo para que las mujeres portadoras de VIH en México sigan su tratamiento antirretroviral. Sin embargo, cuidarse y tomar la medicina hasta llegar a una carga tan baja del virus que sea “indetectable” en la sangre, las hace felices y saludables, revela un estudio.
Las autoras, la filósofa de la Universidad de Londres, Ana Amuchástegui y la antropóloga por el Instituto de Pensamiento y Cultura en América Latina, Diana Reartes, hicieron entrevistas autobiográficas con 21 mujeres seropositivas que vivían en Morales y Oaxaca, la mayoría de ellas entre 25 y 55 años de edad y que llevan un tratamiento de entre 1 y 10 años.
La mayoría de las mujeres entrevistadas tenían hijos con estatus serológico negativo y 10 de ellas tenían pareja. Al mismo tiempo las autoras resaltaron la precariedad económica en la que vivían, pues la mayoría no eran derechohabientes de la Secretaría de Salud y se dedicaban a la limpieza de viviendas.
Las autoras del estudio, publicado en la revista Nueva Antropología, relataron que según estimaciones realizadas por ONUSida-Censida, a finales de 2013 sólo 21 por ciento de las 170 mil personas viviendo en México con VIH eran mujeres, o sea, una de cada cinco adultos es mujer. Esta cifra ha ido creciendo desde 1990, cuando solamente 13 por ciento de las personas con VIH eran mujeres.
Aunque la enfermedad en México se ha caracterizado por la transmisión sexual del VIH entre hombres, “existen algunas zonas en donde la epidemia es más heterosexual”, afirmaron las autoras. En las cinco entidades Chiapas, Guerrero, Veracruz, Oaxaca y Tabasco, las mujeres constituyen al menos una tercera parte de los casos reportados.
Y es que el riesgo de infección para la mayoría de las mujeres “no tiene tanto que ver con sus propios comportamientos sexuales, como con los de sus parejas masculinas”, escribieron Amuchástegui y Reartes.
En las entrevistas que realizaron a las pacientes, constaron que una vez confirmado el diagnóstico, había épocas en que las mujeres dejaron de tomar la medicina. En esto, influyó el abastecimiento con el tratamiento retroviral, que a veces fue un problema pero otro factor importante para aceptar la vida con VIH fue el entorno.
“La socialización y notificación diagnóstica de su estatus frente a su grupo social más cercano, por ejemplo padres, hermanos, hijos, nuevas parejas, se vuelve un aspecto central del tratamiento”, constataron las autoras. “Si el tratamiento significa que una enfermedad estigmatizada puede ser sospechada o descubierta, es poco probable que la persona lo lleve a cabo en público”.
De esa manera, algunas de las mujeres relataron que guardaron sus píldoras en otros envases, para no ser sospechosas. Una de ellas dijo que le era complicado tomar las medicinas en su horario de trabajo porque implicaba el riesgo de verse orillada a revelar su diagnóstico ante compañeras y compañeros. Otra dejó su trabajo por estas mismas razones.
Por otro lado, las investigadoras encontraron que, una vez revelada su condición de seropositiva ante familiares, éstos se volvieron pilares de apoyo para adherirse al tratamiento. Las mujeres relataron que sus hijas e hijos las recordaban tomar su medicina a la hora indicada, o que el deseo de verlas crecer, o de conocer nietos y nietas, las motivaba.
Al mismo tiempo, influyó de manera positiva el trato amable del personal especializado en salud, en los CAPASITS de Oaxaca y Morelos, servicios especializados en VIH/Sida que atienden a la población carente de seguridad social y a los sectores más pobres y desprotegidos, y también el intercambio mutuo con otras personas infectadas.
Las terapias antiretrovirales, que surgieron desde 1996 y que pueden tener el efecto de hacer “indetectable” el virus en la sangre, tuvieron un rol importante en la vida de las mujeres. Lograr ser “indetectable” se ha vuelto un proyecto de felicidad para estas mujeres, constataron las investigadoras.
Mencionaron el caso de Herminia, Oaxaqueña de 55 años, para quien apegarse al tratamiento antirretroviral significó “mantener un estado de salud bueno, me permite a mis hijos y demás familiares que me vean bien y no sospechen (los que no saben) de alguna enfermedad grave”.
Esta situación “posibilita que Herminia decida con más libertad si comunica o no su condición, la cual conlleva un alto nivel de estigma social”, concluyeron Amuchástegui y Reartes.
Hacer un trabajo cualitativo para avanzar en la investigación que busque dilucidar las múltiples dimensiones que afectan el abandono es indispensable, escribieron, ya que “a pesar de que en nuestro país el acceso universal al tratamiento antirretroviral es un derecho de todas las personas que viven con VIH, no es condición suficiente para mantener niveles adecuados de apego.”
Es el estudio está disponible aquí.
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