Eran las 11 de un lunes por la noche cuando, a mitad de la Sierra Madre del Sur y con la poca luz de una Luna a punto de ser llena, el biólogo Víctor Jiménez Arcos y cuatro colaboradores suyos avistaron a una rana muy grande —de casi nueve centímetros— sobre una roca mojada de rocío, a dos pasos de donde rompe una cascada, detalló un comunicado.
“Esto fue el año pasado, el 29 de enero para ser precisos, y se nos había hecho tarde. Realizábamos monitoreos nocturnos en uno de los bosques de niebla de la Mixteca Alta de Oaxaca y, como nos dieron las tres de la mañana, esperamos al amanecer para revisar al anfibio. Al examinarlo a detalle y ya con Sol, notamos en sus patas una membrana mucho más desarrollada que la presente en otras variedades de su familia y así, mis colegas y yo, concluimos lo mismo: estábamos ante una especie desconocida para la ciencia”.
Aunque todo pasó en 2018, el hallazgo se oficializó 378 días después, el 11 de febrero de 2019, gracias a un artículo publicado en la revista Zootaxa y firmado por seis académicos —entre ellos el profesor Jiménez, quien da clases en la FES Iztacala—. En el texto no sólo se describe a la rana, su hábitat y los métodos usados para corroborar que en realidad se trata de una especie nueva, sino que se da a conocer el nombre que, a partir de ahora, lleva esta criatura que hasta entonces había vivido sin uno: Charadrahyla sakbah.
“Nombrar a un animal es más complejo de lo que parece, pues siempre quieres que tu elección comunique algo. En este caso Charadrahyla —voz formada a partir del griego χαράδρα, o ‘cañada’, e ὕλη, ‘bosque’— apunta a su género y ahí no había opción, debía llevarlo. El epíteto específico sí lo escogimos nosotros y fue sakbah, palabra mixteca que significa ‘rana’ y con la cual buscábamos reconocer los esfuerzos y la cultura de esa comunidad oaxaqueña que, sin saberlo, ayudó a preservar y a proteger a este anfibio”.
El pueblo al que se refiere el profesor Víctor se llama San Isidro Paz y Progreso y se ubica en el suroeste de Oaxaca. Su población se acerca, pero no rebasa las 300 personas —casi todas indígenas— y la mayoría está ligada de una u otra forma a la agricultura (“no somos hombres de maíz, somos gente de milpa”, dicen).
Pese a ser tan pequeño, el poblado ha creado una reserva ecológica de 60 hectáreas alrededor del Chite ku’e (o ‘arroyo de las mil cascadas’), afluente con múltiples caídas de agua donde está prohibido hasta lavar.
Para fomentar su cuidado, en el enclave se han colocado letreros con la leyenda: “Cada trozo de tierra es sagrado para mi pueblo, cada playa arenosa, cada niebla en los bosques oscuros, cada prado, cada insecto en su zumbido, todos ellos son sagrados en el recuerdo y experiencia de mi pueblo”, frase escrita en 1854 por el jefe indio Seattle (o Noah Sealth) en lo que se considera el primer manifiesto ecologista de la historia.
Y es que para los mixtecos cuidar la naturaleza no es un hábito reciente o una moda nacida en respuesta a las catástrofes ambientales del nuevo siglo, sino parte de una identidad milenaria que se hace patente en su lengua cada vez que ellos se llaman a sí mismos ñuu savi (‘pueblo de la lluvia’), o por el mero hecho de que las palabras ñuu (‘pueblo’) y ñu’u (‘tierra’) se parecen tanto que hasta dan la impresión no de ser dos, sino una sola.
También, ello explica que San Isidro Paz y Progreso haya creado una pequeña reserva a las afueras del pueblo a iniciativa de los lugareños y no por presiones de alguna oficina federal o estatal de gobierno, permitiendo así la pervivencia de ranas sin precedente taxonómico y de mamíferos como el colapinta, o que crezcan orquídeas como la Trichocentrum hoegei —mejor conocida como orejita de burro manchada—, una variedad sujeta a protección especial en México.
A decir del profesor Jiménez, este esfuerzo es de reconocerse, en especial porque esta comunidad mixteca está preservando, y de manera óptima, un pedacito de bosque de niebla o mesófilo, “uno de nuestros ecosistemas más mermados, pues equivale apenas a un uno por ciento del territorio nacional (ya que sólo es posible en las serranías, por encima de los mil metros sobre el nivel del mar). De todos estos bosques sólo la mitad se conserva a niveles aceptables”, puntualizó.
Con información de Cuadratin