Salvador Hernández.
Oaxaca.-Los tiempos cambian, y con ellos, los modos de resistencia tienen varios rostros, éstos, se transfiguran de acuerdo a las necesidades de las verdaderas comunidades indígenas, y no a los tiempos del mercantilismo neoliberal.
Son las once de la mañana, y el auto que salió hace cuarenta minutos de la ciudad de Oaxaca, llega a su destino. San Martín de los Cansecos, se encuentra a orilla de la autopista a la costa. Cuenta con lo más elemental: Un Palacio Municipal, lo reconozco porque tiene un asta -sin bandera-, y una pequeña escuela, construidos, seguramente con las manos de sus habitantes.
San Martin pertenece al municipio de Ejutla de Crespo, y por primera vez se realizó “La Primer Guelaguetza de los Pueblos de Oaxaca contra la Minería”; “dieciocho autoridades de diversas comunidades, y otro tanto similar de organizaciones, dueñas de los pozos que se niegan a dar su agua para romper la piedra, estarán presentes”, me dice un lugareño.
Así como sucedió con el desalojo a los profesores de la sección XXII, en el 2006, provocado por los panistas en contubernio por un priista en el Estado, los maestros crearon la “Guelaguetza Popular”. Ahora, tras la llegada del neoliberalismo rapaz, que en Oaxaca ha sentado sus bases, ante la inmensidad de sus recursos naturales. Surge esta aguerrida Guelaguetza, que se quedará como prueba de identidad y resistencia.
La precariedad es tal, que no existen restaurantes o fondas. Sólo casetas móviles, donde venden las tradicionales tostadas con salchicha de Ejutla, con cerca de treinta centímetros de diámetro. Con una basta para saciar el hambre, la acompaño con un café de olla, mientras contemplo el verde valle ocoteco.
Quién se va a imaginar que, a quince minutos de ahí, en San José del Progreso, Ocotlán de Morelos, se encuentra una de las dos minas en explotación comercial. “La San José”, de la empresa Cuzcatlán, filial de la canadiense Fortuna Silver. “Y una de las 322 concesiones que se han dado en el Estado, ‘La San José’. Consume el 84% del agua” del municipio, pero esto no se ve reflejado en un beneficio para los habitantes, ni en obra pública en la zona.
Me tomo mi segunda taza de café y me dispongo ir a la minera. Paro un mototaxi, que por 25 pesos me lleva a la mina. En el transcurso vemos una clínica del IMSSS, “pero sólo tiene un doctor que da consulta en el día” señala el conductor –los fines de semana-, de la destartalada motocicleta, campesino los demás días. Me dirijo a la entrada principal, -ya que, en la primer puerta, un uniformado impide el paso a todo aquel que se acerque. Hablo con un hombre que se encuentra guarecido en una caseta, escoltada por unos sujetos armados, me indica que pase a la oficina del fondo, antes, un detector de metales se activa. Espero una indicación, pero no hay tal. Abro la puerta.
En el interior, diez sujetos de uniforme naranja se encuentran sentados. -Que en nada me recuerdan a esos mineros de Pasta de Conchos que salieron en las fotografías-. Un hombre detrás del escritorio, que dice llamarse Mauro, me hace las preguntas de rigor: ¿De dónde soy? etcétera, etc., la palabra Guelaguetza en ese lugar, no tiene la connotación festiva de San Martín…Me dice que tengo que ir a San José del Progreso a la “Oficina de Relaciones Comunitarias”, para obtener un “permiso especial”- presiento que me está “dando atole con el dedo”-, por lo que doy las gracias “por su atención” y me despido, no hay nada que hacer ahí. Obviamente son subalternos que cumplen con su trabajo. Al salir, entre pipas, camiones y montones de arena y grava, diviso el sombrero del mototaxista. Detrás de él, un enrejado y arbustos semiocultan un… motel.