Salvador Hernández.
Oaxaca.-Son las ocho de la mañana, y el timbre de la bicicleta tintinea afuera de la casa del Pichi.
Afuera lo están esperando impacientes: Coco, El Güero y Rul, sus primos hermanos, que en ese orden le llevan tres, cinco y seis años. Rul es el dueño y conductor de la bicicleta.
Coco, que vive más lejos, pasa a la casa de Rul, su asiento, el cuadro del velocípedo, después, tocan la ventana del Güero, que vive unas cuadras adelante. Más afortunado, va cómodamente sentado en el portabultos.
Po ser el último, al Pichi le toca ir parado en los “diablos”, encogiendo los dedos de los pies como pequeñas garras, y aferrándose a la camisa del primo para no caerse; se dirigen a toda prisa a la escuela “Espíritu Santo”, donde el maestro Mario, atiende los cinco grados de primaria, además de párvulos. Hacen una parada “obligatoria” media cuadra antes de llegar.
Todos se bajan, la bici queda acostada en medio de la banqueta. El Pichi se entretiene recogiendo piedras en la cuneta, mientras sus primos le terminan la tarea en un cuaderno de papel estraza doblado por todos sus ángulos.
Por lo general, a la una de la tarde, el Pichi sale; sus primos, le indican que los espere. Pichi se despide con la mano y se dirige a la salida.
En temporada de lluvia, de regreso a casa, al Pichi le gusta pasar debajo de los chorros que brotan de las azoteas de adobe, saltar dos o tres veces en los charcos más grandes. Y llegar empapado a su hogar. Su excusa, -que nadie le cree-, es que el “aguacero, estaba muy fuerte”. Y a la pregunta de qué pasó con sus primos. Con aires de grandeza responde, que se quedaron castigados por no terminar los ejercicios a tiempo. Una amplia sonrisa se dibuja en sus adentros.
Al otro día, a las ocho de la mañana, el ring-ring de la bicicleta tipo turismo, vuelve a sonar.