Oaxaca.-En algún lugar de China en el siglo II, algún tipo listo talló una serie de trazos figurativos sobre la superficie plana de una pieza de madera. Estaba creando una impronta, una especie de huella que después entintaría para estampar la imagen resultante sobre una hoja de papel. En cierto momento revolucionario, la gráfica pudo reproducirse. Ya no era una imitación mediada por la destreza manual, sino una réplica exacta. Una copia.
Con la multiplicación de las imágenes impresas vino la conversión de éstas en mercancía, propaganda, publicidad, tráfico de saberes, señales. La reproducción técnica provocó el surgimiento de talleres y de mercados que, al paso del tiempo, terminaría por acercar las imágenes a un público masivo. Pero sería hasta comienzos del siglo XIX, con la llegada de la era industrial y el desarrollo de la litografía, que el grabado experimentaría otro salto crucial: la transposición del dibujo sobre una plancha de piedra permitió que las imágenes se renovaran a diario, transformándose a la velocidad de nuestras breves existencias. En palabras de W. Benjamin: “Gracias a la litografía, la gráfica fue capaz de acompañar a la vida cotidiana, ofreciéndole ilustraciones de sí misma”.
Apenas unas décadas después llegaba la fotografía, acabando de convertir el fenómeno en un tsunami de imágenes acumuladas. Las imágenes se metieron en casas y habitaciones, envolvieron las cosas, cubrieron los muros de las calles, adaptaron sus formas en el interior de comercios, escuelas, hospitales, templos, centros de espectáculos. Se ocultaron entre archivos, tugurios, bodegas, áticos. Las imágenes se colocaron a la venta en las esquinas. Decoraron nuestras vidas y se metieron en nuestras conciencias.
Hoy, el viejo mercado de las imágenes impresas es un mundo en sí mismo. Doctor Lakra es un explorador de ese mundo. Traza sus itinerarios en ese universo paralelo compuesto por bazares, ferias de papel, tiendas de baratijas, almacenes comunes, escenarios urbanos. Ha construido un mapa estético entre callejones intrincados de la modernidad, plazas abandonadas de Occidente, paisajes alucinantes del arte, grotescos pedazos de conocimiento humano, pasadizos semiocultos de la idiosincracia mexicana, antros clandestinos de la cultura pop, sitios rarísimos de nuestras siques, todo fragmentado en papel.
En principio, el artista colecciona con propósitos prácticos. Una ilustración es también una herramienta de trabajo, funciona como modelo, un punto de arranque para la mano que dibuja. Al mismo tiempo, durante la recolección se va creando un archivo iconográfico: un conjunto de instrumentos de orientación en el mundo inconmensurable de las imágenes impresas. Cada hoja de papel tiene un origen y una historia.
Diario de viaje se presenta como un corpus, un conjunto delimitado que muestra el acto de selección como un proceso creativo. La colección de un artista nos habla de la mirada. El ojo se desplaza observando al mundo y a sus habitantes, y encuentra reflejos de la multitud en el mar de las ilustraciones. La disposición de los objetos describe una geografía: manifestaciones de ciertas periferias de la cultura. El montaje abigarrado expresa el efecto de las imágenes en nuestras sociedades: una absoluta invasión de los sentidos y de los espacios. El Doctor sabe que las figuras en el papel están hablando de nosotros.
Fernando Lobo