Por Salvador Hernández.
Oaxaca.- En un conocido bar de la agencia municipal de “Viguera”, se encuentra el restaurante bar “Las Margaritas”. Pedro Lavariega se presta a abrir, son las once y media de la mañana.
Conocí a Pedro, en la secundaría, con treinta kilos menos, siempre fue un chico agradable y bonachón; hasta ahora, su fisonomía no ha cambiado sustancialmente.
Al subir la cortina de metal, dos hombres encapuchados, entraron a su local en forma sorpresiva “¿¡¡Dónde está el dinero cabròn!!’” al tiempo, que lo encañonaban con sus pistolas de alto calibre.
“¡Si no hablas, te vas con nosotros!”. Pedro se aferró con sus cien kilos a la barra del bar, y aunque los asaltantes lo golpeaban con las cachas de sus armas, no lograron que se soltara.
En ese momento, su esposa entro al negocio y al ver la escena soltó un grito estruendoso “¡Socorro!... ¡Suéltenlo, no se lo lleven!!¡¡Auxilio!!”…pero parecía que “Las margaritas” estaban en medio de un desierto...nadie se asomó.
Al ver que era imposible destrabar a Pedro, los ladrones optaron por dirigirse a la mujer, y llevársela a rastras por los cabellos, hasta una camioneta de vidrios polarizados.
La furgoneta enfiló rumbo a la carretera internacional. Pero una patrulla “de la federal”, que se encontraba estacionada a pocos kilómetros, al ver “la pickup” negra a alta velocidad, arrancaron detrás de ella.
Después de cuarenta minutos, cuando los malhechores se disponían a entrar a una “Casa de seguridad”. Los atraparon.
En los separos, confesaron que también habían ejecutado a un mesero y a un cliente en el conocido bar “La casa del Mezcal”.
Cuando Pedro me comentaba-en un céntrico parque- como había sucedido su frustrado secuestro, una sensación de que “alguien” nos vigilaba, recorrió mi espalda.
Lavariega tomó a su nieta de la mano, y se fue tranquilamente. Yo me encaminé por el lado contrario. Con la impresión, que ya no era la ciudad, que viví en la niñez.