Oaxaca.-Revisando la importancia biológica de los principales territorios indígenas, se estima que alcanzan entre 12 y 13 por ciento de las áreas del planeta bajo manejo humano, lo que implica que estas comunidades y sus organizaciones se replanteen las políticas territoriales y públicas en el contexto de la contingencia derivada de la pandemia de COVID-19 y la creciente amenaza de los llamados megaproyectos.
Sobre este tema versó el conversatorio digital “Diversidad y patrimonio biocultural”, desarrollado en el marco de la XXXI Feria Internacional de Antropología e Historia (FILAH), con las aportaciones del subsecretario de Planeación y Política Ambiental, de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Arturo Argueta Villamar; del investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eckart Boege, y de la activista ambiental Paulina Garrido.
Bajo la moderación de la secretaria técnica del INAH, la antropóloga Aída Castilleja González, los expositores plantearon que existe una correlación global entre la diversidad de lenguas endémicas y la megadiversidad biológica. Así, de los 25 países con mayor número de lenguas indígenas, 10 son megadiversos, caso del territorio mexicano. Estas correlaciones, se deben, entre otras, a la variedad de suelos, ecosistemas, climas, barreras geográficas y de economías de subsistencia y de intercambio local regional.
En la transmisión, realizada por el canal de INAH TV en YouTube, en el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, el investigador del Centro INAH Veracruz, Eckart Boege, insistió que son muy pocos los países a nivel mundial, a los que puede considerarse centros de origen, domesticación y diversificación genética de las plantas. Algo de lo que México se puede preciar. Incluso, podría colocarse como el segundo más rico en patrimonio biocultural si se vincula la diversidad biológica y de sus lenguas originarias, factores que han evolucionado a la par.
“La diversidad es la base del futuro de la humanidad. Hay que apostar por ella ante la destrucción sistemática de la agro-biodiversidad. Por dar unas cifras, el 70 por ciento de la producción mundial, se basa en cinco a siete grandes alimentos, trátese del arroz, la soya, el trigo, el maíz, es decir, que en la diversidad está la forma de enfrentar esos cambios climáticos, que los pueblos indígenas no han generado”, manifestó.
La amenaza es real, advirtió por su parte el subsecretario e investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, Arturo Argueta, si se considera que las condiciones de hacinamiento para la reproducción de animales domésticos en granjas altamente tecnificadas, ha dado lugar a patógenos que hoy tienen contra las cuerdas a la humanidad.
Indicó que de las 750 especies registradas hacia la década de 1940, hoy en día nuestra base alimenticia se limita a una decena de granos, “hemos eliminado la diversidad de las fuentes alimentarias en el mundo, las cuales se producen, básicamente, de manera agroindustrial. Esa reducción de la biodiversidad tiene sus efectos”.
Destacó que dentro del programa “Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial” (SIPAM), que ya integra aproximadamente a 70, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha reconocido los sistemas mexicanos de la chinampa —propio del sur de la Cuenca de México— y el modelo de la milpa maya.
En la actualidad, dentro de la Semarnat se está pensando en la creación de una nueva categoría, aparte de la mencionada, acuñada por la FAO, que son los “Sistemas Agroecológicos Tradicionales Altamente Resilientes” (Satare), los cuales son las “piezas clave” de las áreas de alta densidad biocultural. A modo de ejempló, Argueta Villamar citó a la chinampa, al ecuaro de Michoacán, el telón huasteco, el tecorral de la mixteca poblana-oaxaqueña y los huertos familiares en la península de Yucatán, que son “verdaderos tesoros nacionales”.
De ahí la importancia del trabajo colectivo, resaltó la activista ambiental Paulina Garrido, de la Unión de Cooperativas Tosepan, la cual defiende el patrimonio biocultural de la Sierra Nororiental de Puebla. Cabe mencionar que ella es la primera mujer que ha asumido el “bastón de mando” en los poco más de 40 años de trabajo que tiene esta organización en las comunidades indígenas de la región.
En estas décadas, sostuvo, “hemos aprendido que la unión hace la fuerza”, como lo demuestra un trabajo que une a 34 municipios a través de 432 cooperativas locales y 41 mil socios, cifra de la que 78% son indígenas (en su mayoría nahuas y totonacas), y de la que 64% corresponde a mujeres.
“Para nosotros, no se trata de la concesión de un espacio, sino es un todo que nos permite la subsistencia y la búsqueda del yeknemilis (“vida buena”). Entre 2007 y 2008, ante la amenaza de nuestro territorio por proyectos mineros, hidroeléctricos y petroleros, reforzamos las asambleas informativas sobre las consecuencias ambientales que esto nos dejaría”.
De esta manera, finalizó, “reivindicamos que somos los guardianes del territorio y se creó un consejo que representa de manera legítima a todas estas poblaciones, así hemos logrado frenar estos megaproyectos y proponer, mediante ‘asambleas de planes de vida’, alternativas para el manejo de los recursos naturales, con base en los valores de confianza, generosidad, equidad, arraigo, bondad, respeto, transparencia, honestidad y trabajo comunitario”.
Con informacion del INAH