Oaxaca.-La figura esbelta que remataba en una barba darwiniana y la expresión bondadosa de Mario Vázquez Ruvalcaba (1923-2020) eran reflejo de su mente aguda y su alma sensible, una combinación perfecta que dejó su impronta grácil en esos espacios hechos para el conocimiento y el disfrute: los museos.
La Secretaría de Cultura, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), su escuela y hogar, lamenta la pérdida de este pilar de la museología y museografía mexicana y, a su vez, celebra una vida fructífera y plena que rozó el siglo.
Involucrado en la creación del emblemático Museo Nacional de Antropología (MNA), de 1962 a 1964, Mario Vázquez Ruvalcaba fue luego su director; asimismo, en el ámbito internacional participó activamente en la renovación del papel de los espacios museísticos. Era un ser excepcional, un hombre venido del “mundo del trabajo”, pues estudió en la Universidad Obrera de México, que aterrizó por casualidad —decía— en el planeta de los museos.
Los museos, comentó en una entrevista a sus admiradores y, de alguna manera, discípulos, Ana G. Bedolla y Fernando Félix y Valenzuela, son coadyuvantes en el avance de un país, útiles para la cultura; “y son instrumentos extraordinarios para estimular, para movilizar y, sobre todo, para concientizar, para ayudarte a ubicar en tu realidad.
“Tú, como mexicano visitando el Museo Nacional de Antropología, o tú, como mexicano visitando los museos del extranjero, te ubican en tu realidad, en tu cultura, en los orígenes, en tu mundo. Vienes a este museo o vas al Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM, uno de los más novedosos, o al de Historia Natural; y el efecto es el mismo: desde chiquito te ubica en una cierta realidad. Desde chiquito te estimula, te inspira”.
Don Mario insistía que no podía comprenderse su visión y su legado en el ámbito museístico, sin hablar de la escuela pública en que se formó. Esa extracción social le permitió más adelante pensar en los públicos de una manera distinta; pero sus influencias también estaban en la poesía de César Vallejo, en la música clásica, y en las enseñanzas de sus maestros de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
“En la ENAH encontré un mundo maravilloso. No solo la temática: fue el encanto de lo misterioso. La arqueología, la antropología física, la lingüística, todo aquello que descubrías porque en aquella época llevábamos un tronco común, con materias de todas las carreras. Las clases te las daba una pléyade de maestros, lo mejor de la antropología.
“Mis maestros fueron de la primera generación, de los que fundaron el INAH. No solo era una generación de maestros mexicanos, sino también de maestros españoles como Pedro Bosch Gimpera, José Miranda, Juan Comas, o bien alemanes como Paul Kirchhoff, Johanna Faulhaber, como Ada D’Aloja, quien era italiana, y Mauricio Swadesh, norteamericano, de lingüística. Y de México no se diga. La flor y la nata de los estudiosos de la antropología: llámalo Caso, Bernal, Jiménez Moreno... De todas las especialidades. Todo eso junto es lo que inconscientemente se reflejó en la museografía que hice cuando ya me dediqué a hacer museografía”.
Mario Vázquez Rubalcava fue un revolucionario a su modo, porque procedía de ese México de una óptica social diferente y una efervescencia intelectual que se consolidó en el Cardenismo: “En mí se reflejó en que me tocó estar en contacto con la danza moderna mexicana, con el grupo de Waldeen; después con el teatro de Seki Sano. ¿Qué estaban haciendo ellos dos? Rompiendo moldes. Waldeen y Ana Sokolow en la danza y Seki Sano en el teatro. Y en ese mundo me “enloqué”.
Con Íker Larrauri y Jorge Angulo formó un equipo de trabajo único, y durante esa labor conjunta fue descubriendo su propio estilo, una museografía tras otra. Nunca dejó de hacerlo, inclusive cuando tenía cargos administrativos en el MNA, primero como jefe de esa área (Museografía) y luego como subdirector y director del recinto; inclusive cuando estuvo al frente de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH.
Mario Vázquez Ruvalcaba concebía a la museografía como una puesta en escena, derivado de su formación en estas artes: “Trabajé muchos años con el Ballet Nacional. La danza tiene emoción. El teatro tiene emoción. La música tiene emoción. Todo el arte tiene emoción. Pero no estoy haciendo arte a la hora de hacer museografía. A la hora de hacer museografía estoy tratando de comunicar. Yo no actúo como un artista libre creador: no debo.
“Yo tengo que comunicar didácticamente y el arte me va a ayudar, aunque en cierto sentido la museografía es un arte. Es el mensaje, es el contenido. No importa el tipo de museo, el tipo de arte, el tipo de objeto, de época. Pones en contacto algo, te está metiendo en un ambiente. Las piezas te van a hablar para que te gusten, para que no te gusten, para que las admires, para que las desprecies, pero te van a hablar. Y ese momento que pasaste en el museo fue inspiracional, quieras o no. Es un momento de estimulación”.