Lucía Lagunes Huerta/ CimacNoticias
Oaxaca.-El feminicidio indignante de Ingrid Escamilla, se multiplicó ante una falta de reflexión y de ética en el actuar de medios de comunicación, y la corrupción de las autoridades.
Por ello hay que detenernos, volver a llamar a la reflexión, para romper la normalización que hemos hecho de esto desde hace años, y que hoy tiene una fisura hecha por las ciudadanas quienes exigen un trato digno y respetuoso para las víctimas.
Me pregunto qué pasaría si cualquiera de quienes leen estas líneas abriera un periódico, consultara en línea su versión digital o visitara alguna red social y se encontrara con la noticia que su hermana, prima, tía, sobrina o hija, es decir, que una mujer de su familia, cercana a ella, querida por ella, fue asesinada.
Imaginemos el impacto, si además, encuentra imágenes del cuerpo postmortem, lastimado profundamente, si sobre éste se generan memes y supuestos chistes sobre ella y la forma en que la mataron, si se le cuestiona por lo que hizo o por lo que no hizo, por su vestimenta, su edad, su físico, sus formas de divertirse, los horarios y un largo etcétera. ¿Qué dolor les quedaría? ¿qué sensación quedaría para ustedes y su familia, sus amigos, su entorno?
Periodísticamente hablando, cuando se coloca como noticia el parte policial del crimen, la imagen del feminicidio tomada por una autoridad corrupta, los prejuicios sexistas ¿dónde queda la investigación, la profundidad, el interés público, la responsabilidad social, la ética periodística?
Como dice Kapuscinski, cuando en periodismo se transmiten los prejuicios se aleja de la realidad.
Y puede parecer que es intrascendente pensar, problematizar sobre esto porque finalmente lo hemos visto, lo hemos vivido durante cientos de años a tal grado que parece normal, aunque nada de esto lo sea.
Se ha enseñado en el periodismo tradicional que la violencia contra las mujeres se aborda como “un parte de guerra”, donde las víctimas son las mujeres y los vencedores los agresores.
Como dice Svetlana Alexiévich, periodista bielorusa, en su maravilloso libro la “Guerra no tiene rostro de Mujer”, se narra a partir del poder desplegado, traducido en número de bajas, en el tipo de armas usadas, en la dimensión del daño ocasionado.
Narrarlo así deshumaniza la tragedia, tal cual se hace en el abordaje del feminicidio. El trato al feminicidio de Ingrid Escamilla deshumanizó a la víctima y se concentró en la dimensión del daño ocasionado, en el tipo de arma usada. Como un parte de guerra que oculta el horror, que insensibiliza al resto de la población, que normaliza los daños, que justifica la violencia y al violento. Y con el detalle de la narración escabrosa, se construye pedagogía de la crueldad hacia las mujeres.
La vida de las mujeres debe ser tratada desde la paz de los Derechos Humanos. Es necesario que los medios dejen de dar partes de guerra y que construyan un periodismo de paz, que respeten la dignidad de las mujeres, que hablen desde la humanidad y sus derechos.
Que se exija el rigor periodístico que ponga luz en los mecanismos sociales, políticos, económicos y culturales, que reproducen y alimentan el odio hacia las mujeres. Que detenga el regodeo de las mujeres víctimas y la disculpa a los agresores. Que interpele al poder masculino y la inoperancia del Estado.
Este mundo tiene demasiado dolor y horror para que desde el periodismo se siga alimentando.
El periodismo de paz para las mujeres implica garantizar los controles necesarios para que dentro de la cadena de la producción informativa, desde quien reportea, quien decide qué se cubre y cómo, hasta donde se toman las decisiones de la jerarquía informativa, compartan el mismo principio: el respeto de la dignidad de las mujeres.
Por justicia social y porque la sociedad está cambiando, si los medios quieren superar su crisis, necesitan transformar su mundo.