Oaxaca.-En los últimos años la región de la mixteca ha sido visibilizada mediáticamente por mujeres como Ángeles Cruz, directora de La tiricia o cómo curar la tristeza (México, 2012) cuya protagonista decide romper el círculo del abuso sexual infantil y no heredarlo a una generación más; Yalitza Aparicio, quien con una destacada actuación en Roma (México, 2018) logró colocar en medios y redes sociales dos temas que siguen siendo vigentes para la lucha feminista: la desigualdad en el trabajo domestico y de crianza sostenido en los cuerpos de las mujeres indígenas así como la discriminación que invisibiliza y violenta los derechos de los pueblos originarios en los medios de comunicación, y Maria Elena Ríos, quien con admirable fortaleza y valentía -aún estando al borde de la muerte por las agresiones que sufrió al ser quemada con ácido- decidió emprender una denuncia pública contra su agresor, el exdiputado y feminicida Juan Vera Carrizal, quien en el intento de acabar con la vida de la saxofonista y empresaria, sólo ha logrado poner en evidencia la corrupción e impunidad de las autoridades e instituciones estatales como cómplices en la reproducción de la violencia hacia las mujeres en la entidad. Esto nos lleva a preguntarnos ¿dónde comienza este círculo de violencia para alcanzar estos grados de crueldad?[1]
Cabe señalar que, en el subregistro de violencia feminicida que realiza Consorcio Oaxaca, la mixteca es la segunda región con el más alto índice de agresiones a mujeres en Oaxaca: 308 casos de los 1950 registrados de 2016 a la fecha, siendo la violencia familiar la categoría que registra el mayor número de agresiones a mujeres en la región con un total de 124 casos, de los cuales el 94% han ocurrido en la considerada Heroica Ciudad de Huajuapam de León, seguida por Tlaxiaco y Asunción Nochixtlán. Los tres son los municipios más violentos de la región y cuentan con Alerta de Género desde 2018.
Los casos de mujeres desaparecidas y feminicidios en la región también ocupan el más alto índice de agresiones a mujeres, cuyo registro es de 66 desapariciones y 46 feminicidios en lo que va de la administración de Alejandro Murat.
Las agresiones por violencia familiar van desde las amenazas e insultos hasta los golpes y heridas con arma blanca, quemaduras de fuego y con ácido. En su mayoría los agresores se encuentran en estado de ebriedad y al momento de agredir, generalmente lo hacen en presencia de las niñas y niños que habitan el mismo hogar. Del total de los casos registrados en la mixteca encontramos que más del 70% de las agresiones a las mujeres son de parte de sus hijos (17%), parejas (18%) y esposos (36%). Además de que su repetición cotidiana expresa la discriminación hacia las mujeres y las niñas en el trato y las relaciones dentro de la familia, en la comunidad y en el conjunto de la sociedad.
Lo anterior demuestra que la sociedad mexicana aún tiene un largo camino por recorrer para erradicar las relaciones desiguales desde edades tempranas, sobre todo en el ámbito familiar. De ahí la necesidad de que todas las personas asuman la importancia de construir y promover cotidianamente relaciones más justas e igualitarias entre niñas y niños, propiciar espacios para la discusión de los temas de género en ámbitos familiares, escolares y comunitarios, dejar de romantizar el hogar como un espacio seguro para todas las niñas y mujeres -sobre todo en estos días de contingencia-, dejar de normalizar el consumo de bebidas alcohólicas y las agresiones a las mujeres de parte de niños y adolescentes varones como mandatos de masculinidad, “(…) esa “formación” del hombre, que lo conduce a una estructura de la personalidad de tipo psicopático”[2].
También resulta necesario enseñar a niñas y niños a cuidarse desde edades tempranas. Decir No, Gritar, Correr, Contar y Confiar son cinco reglas básicas y comprensibles que podemos enseñarles para prevenir la violencia de género, para que puedan romper el silencio ante las agresiones y presiones de las que cotidianamente son víctimas, ya sea por parte de compañeros, hermanos, familiares, profesores, vecinos, conocidos y desconocidos; ya sea en su casa o en la escuela, en la calle, en las redes sociales, medios de comunicación o en la comunidad. Donde el papel de las personas adultas que les rodean es que les crean y que tomen acciones para erradicar la violencia en contextos familiares, escolares, institucionales y comunitarios, generar espacios para que las infancias expresen su sentir, pensar y experiencias y sean participantes en la construcción de una sociedad más justa, igualitaria y no sexista, vinculando acciones que promuevan, apoyen y difundan los derechos y manifestaciones culturales de los pueblos indígenas[3].
Es importante mencionar que la realidad que viven las mujeres Oaxaqueñas es reflejo de la inexistencia de una política pública integral, acciones que deberían realizarse para brindar seguridad, justicia y prevenir la violencia patriarcal en todas sus expresiones y tipos. Tampoco se han realizado las destituciones y sanciones penales a quiénes por negligenicia y/u omisión como funcionarias y funcionarios no han cumplido con su obligación de garantizar el acceso a la justicia y que a lo largo del tiempo se han vuelto cómplices de la violencia feminicida en Oaxaca, dejando en evidencia la falta de voluntad política de esta administración.
[1] Rita Segato llama pedagogías de la crueldad “a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, estas pedagogías enseñan algo que va mucho más allá del matar, enseñan a matar de una muerte desritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto”. Disponible en: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/9517d5d3-4f92-4790-ad46-81064bf00a62/pedagogias-de-la-crueldad
[2] Ídem
[3] INPI. Programa Nacional de los Pueblos Indígenas 2018-2024. México, pág. 43.
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