Agregó que la construcción de la fábrica fue muy pensada, “un edificio muy cuidado, con canales para que los muros no fueran a humedecerse. Era una obra monumental, con una gran infraestructura”.
En el año 2000 López Morales inició, en colaboración con el artista Francisco Toledo, la restauración del CaSa, la arquitecta contó que lo que le importaba era que el edificio luciera como era: “a veces los arquitectos somos muy dados a poner algo para que se noté que ahí estuvo uno, este tipo de obras tienen que ser respetuosas de lo que estás haciendo, no tratar de modificarlo. Así que nada más se rescató”.
El 21 de marzo de 2006 la antigua fábrica abrió como el Centro de las Artes de San Agustín, el primer centro ecológico en América Latina, que en los últimos 15 años ha sido un referente en la educación artística.
El primer acercamiento que la arquitecta tuvo con el espacio fue de niña en un paseo escolar, “me acuerdo sobre todo del segundo piso, con todas las máquinas y la gente trabajando, entraba una luz que me recordó a las casas antiguas. Años después regresé porque nos dijeron que la estaban vendiendo y le comentamos al maestro Toledo, fuimos con él. En un principio no quería comprarla, pero junto con el gobernador se acordó la compra. El maestro puso el 40% y el gobierno del estado el 60% de la compra”.
Durante el proceso de restauración, el artista Francisco Toledo pensó en varios usos para el espacio, desde la sede del Archivo general del estado de Oaxaca hasta un museo textil. López Morales mencionó que probablemente Toledo desde el principio pensó en que fuera un centro de artes, porque él quería hacer una escuela de este tipo en el ex convento de Santo Domingo de Guzmán.
“Cuando empecé a restaurar no teníamos destino, fue solamente trabajar en muros, techos, no hicimos nada de instalaciones, no tocamos el piso, porque por ahí iba a ir toda la instalación dependiendo de lo que fuera a ser el lugar”, expresó López Morales.
Para la arquitecta uno de los retos de esta obra fue ahorrar lo más posible para que pudieran terminar, “todo lo que podíamos reutilizar se reutilizó, por ejemplo, había mucho metal por todos lados, los recogimos y lo usamos para pintar la fachada. Pintamos primero con cal y encima pusimos la mezcla que salió del metal con el agua, por eso tiene un tono amarillo que no cambia, no es un colorante, es el óxido, en lo que se podía ahorrábamos lo más posible para que alcanzara el presupuesto”.
Otro de los detalles del CaSa son los espejos de agua, la arquitecta Claudina López dijo que tenían pensado hacer un homenaje al agua para que las personas se den cuenta que la fábrica trabajó gracias al agua y a la gravedad.
“Un día estaba haciendo otras cosas en el CaSa, de repente había agua tirada, vi el reflejo y dije: se necesita poner un gran espejo de agua. En realidad no se necesitaba mucha agua para reflejar la parte central donde está la Caldera. Muchos se preguntan por qué gastamos tanta agua en los espejos, pero el agua vuelve a regresar a su origen, nada más la desviamos un poco, es un poco como el homenaje al agua, para que te des cuenta que ese lugar trabajó gracias al agua y a la gravedad”.
Actualmente el CaSa cuenta con una planta de tratamiento de aguas residuales que sirve para reciclar el agua, se construyó para continuar con el cuidado del medio ambiente.
A 15 años de haber abierto, el CaSa sorprende por sus instalaciones, una antigua fábrica que volvió a recobrar su esplendor. El artista Francisco Toledo estuvo en todo momento pendiente del desarrollo de la restauración, aportó ideas y sus intervenciones arquitectónicas se pueden apreciar en el espacio, una vez convertido en centro de artes, guió diversos proyectos culturales y educativos.
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