Oaxaca.-Perteneciente a la tradición académica nacional y considerado una de las máximas figuras de la pintura mexicana del siglo XIX, Juan Cordero es recordado por la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) en ocasión de su 137 aniversario luctuoso.
Originario de Teziutlán del Carmen, Puebla, Juan Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero Hoyos fue hijo del comerciante español Tomás Cordero y de la mexicana María Dolores de Hoyos y Mier, quienes al notar su talento para el dibujo lo alentaron a que ingresara en la Academia de San Carlos (también conocida como Escuela de Bellas Artes), donde tuvo como primer maestro a Miguel Mata, quien lo convenció de viajar a Italia para consolidar su formación.
En el acervo del Museo Nacional de Arte destaca Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos, obra fechada en 1850, de la que el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, conserva una versión de menor dimensión. En este óleo sobre tela se muestra, en su interior, a numerosas personas, entre las que destaca el rey Fernando de Aragón con una expresión de asombro, acompañado por la joven Isabel I de Castilla. Frente a ellos, Colón presenta a un grupo de pobladores originarios. Esta obra, de gran formato, obtuvo excelentes críticas.
El artista falleció el 28 de mayo de 1884, a los 62 años. En 1875 se exhibió Stella matutina y Las hijas de Don Manuel Cordero, piezas con las que hizo su última aparición pública. En 1945 se le rindió un homenaje en el Palacio de Bellas Artes con una exposición de 46 de sus obras.
Habilidades artísticas
Durante su estancia en la Academia de San Carlos destacó por sus habilidades, incluso obtuvo una beca para estudiar en la Academia de San Lucas, una de las más reconocidas de la época. Viajó con su familia a Europa y se estableció en Roma, Italia, donde se formó bajo la tutela de Pelegrín Clavé (quien más tarde fue su rival artístico).
Conoció al expresidente Anastasio Bustamante, quien admiró las habilidades artísticas de Cordero y lo ayudó para que el gobierno mexicano lo nombrara Agregado a la Legación Mexicana y más tarde, en 1846, la Academia de San Carlos le otorgó una pensión destinada a los alumnos más aventajados a fin de apoyarlo en sus estudios.
Cabe mencionar que en 1847 pintó una de sus obras más importantes: el Retrato de los escultores Tomás Pérez y Felipe Valero. De ese mismo año son un par de cuadros que se convertirían en obras representativas del neoclasicismo mexicano: su autorretrato y el de los hermanos Agea. En ese periodo también creó notables piezas de corte religioso, como Anunciación angélica en 1849 y El redentor y La mujer adúltera en 1853.
Tras 10 años de estancia en Europa, regresó a México en 1853, a los 29 años de edad. De ideas liberales y fuerte temperamento, buscó dirigir la sección de pintura de la Academia de San Carlos, cargo que en ese momento ocupaba Pelegrín Clavé, por lo que se le ofreció la subdirección, la cual rechazó.
Cordero acudió al entonces presidente Antonio López de Santa Anna, quien fascinado por los retratos que hizo de él y de su esposa, emitió un decreto para que se le diera el puesto; sin embargo, Bernardo Couto, director de la Academia, no permitió que se vulnerara la autonomía de la institución y se opuso a la orden.
Tras el fracaso que representó esta aventura para ingresar a la burocracia, Cordero se dedicó a la pintura y creó retratos que destacaron por su excepcional técnica y brillante colorido. El retrato fue su género predilecto y, por tanto, el que le valió el reconocimiento nacional e internacional.
Su etapa de mayor producción data de 1860 a 1867, cuando tuvo gran éxito, sobre todo en la península de Yucatán. También fue reconocido por ser el primer artista mexicano en pintar un mural con temas no religiosos, es decir, de carácter laico: Triunfos de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia, realizado en la Escuela Nacional Preparatoria de la Ciudad de México (actual Colegio de San Ildefonso) y borrado tras su muerte, para colocar un vitral con las palabras: “Amor, Orden y Progreso”, de Justo Sierra, junto al lema: “Saber para prever. Prever para obrar”
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