Escrito por Aranza Flores, Pablo Padilla, Asunción Cabrera, Javier Hernández Alpízar Y Jorge Cruz, Becaries; Violeta Santiago, Reportera/ Cimacnoticias
Oaxaca.- Decidir entre tener hijos o seguir una carrera, cambiar hábitos de vestimenta para evitar los comentarios, insistir ante el menosprecio a la perspectiva de género en las investigaciones. Las científicas mexicanas sortean el machismo inserto en las prácticas académicas, mientras pugnan por un conocimiento construido desde la equidad y para ella.
“A mis 37 años me pregunto si formar una familia es parte de mis posibilidades”, plantea Grisel Salazar, doctora en políticas públicas y profesora del Centro de Investigación y Docencias Económicas (CIDE). “Si te embarazas, te das cuenta de que no hay posibilidad de seguir adelante. Nosotras siempre estamos contra el reloj biológico”.
Para una investigadora en México, la maternidad es difícil. Los “treinta” suelen ser la etapa en la que una profesionista puede consolidar su carrera académica; pero, también, es una época adecuada para la maternidad. ¿Comprobar una hipótesis o criar hijos?
—La naturaleza es cruel —sentencia Lilia Cedillo, doctora en microbiología y directora del Centro de Detección Biomolecular de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) —. Una cae en la disyuntiva de la falta de tiempo, de la culpa respecto al tiempo. Esto está mal.
A Cedillo le tocó tener como alumna a una madre soltera, que iba a clases con su bebé recién nacido. “¿Quién cuida al bebé mientras ella termina su experimento?”, preguntaba la doctora Lilia a la clase, intentando que la dinámica del aula permitiera que la alumna no se rezagara. Poco a poco, profesoras, profesores, compañeras y compañeros comenzaron a turnarse para cuidar al niño.
Toda madre sabe que la doble jornada de trabajo y cuidado pesa más cuando los hijos son pequeños. Así explica la doctora Cedillo que en la licenciatura existan más mujeres que hombres, al contrario de lo que ocurre en maestrías o doctorados. Esa fue, al menos, la experiencia con su generación: a sus compañeras les costaba trabajo insertarse en el ámbito de la investigación y quedarse en él; en gran medida, por la carga que implica el trabajo de cuidar hijas e hijos.
Emma Manning se embarazó a los 20 años, en la licenciatura. Hoy es doctora en ciencia de los alimentos y trabaja en la Universidad de Las Américas Puebla; pero aquel momento lo recuerda como si, de pronto, su deseo por ser ingeniera se esfumara. “Como que lo olvidé por un ratito”, cuenta. No abandonó sus estudios, pero el malestar físico del embarazo hacía que el trabajo en el laboratorio fuera más complicado.
Una vez nacido su hijo, sus padres le ayudaron a cuidarlo mientras ella iba a clases. No obstante, trabajar como analista de laboratorio, estudiar un posgrado y atender por las tardes a un niño pequeño es cansado, de cualquier modo.
—En definitiva, la carga es mayor para nosotras. A veces lo pienso, desde el embarazo: no hay forma de que alguien lo pueda hacer por una.
En un ambiente académico o de investigación se suele pensar que las científicas embarazadas tienen limitaciones físicas o distracciones intelectuales; sus pares masculinos dan por hecho que las mujeres no podrán con el trabajo y, por lo tanto, dejan de ser consideradas para participar en proyectos o investigaciones.
Esta situación, expone la doctora Grisel Salazar, se relaciona con el hecho de que en México no existen “las condiciones institucionales para bajar esa presión”. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en su plan 2013-2018, otorgaba un año adicional en la evaluación de la producción a las investigadoras en caso de maternidad. Pero en el reglamento del Sistema Nacional de Investigadores, aprobado en 2020, el tema no se menciona.
Y esta falta de garantías tiene impactos en la vida de las mujeres científicas.
—Hay colegas muy exitosas, pero que han decidido sacrificar la vida familiar —dice Salazar, consciente de que ella es uno de esos casos.
La doctora Salazar comenta que existen muchas otras expresiones de machismo en la academia. Una de ellas es recibir invitaciones a congresos científicos nada más “por ser la cuota de género, no por tu valor en la investigación, no por tu trayectoria”. Pese a eso, trata de ver el lado positivo: “es un avance, porque hace unos años ni siquiera te invitaban”.
También refiere que la academia es un espacio poblado por hombres que suelen citarse entre sí y en el que los puestos directivos de carreras, posgrados o departamentos académicos son, en su mayoría, ocupados por ellos. “Me da la impresión de que las mujeres seguimos en la lucha por ganarnos nuestro lugar en la academia”.
Otra de las situaciones comunes que observa es la existencia de una idea generalizada de que los hombres son quienes alcanzan mayores grados. Se nota en las conferencias, dice, cuando alguien del público nombra a los ponentes como “doctor” o “profesor”; pero, en cambio, “se puede llegar a referir a las mujeres como ‘la chica que presentó [la ponencia]’”.
Por su parte, la doctora Cedillo recuerda que, durante sus años de preparatoria, el profesor de física dejaba los ejercicios más difíciles a las alumnas para “probar” que las mujeres no podían resolverlos. El machismo que los profesores ejercían en las aulas era “aceptado, algo cotidiano”, lamenta.
Valeria Román, doctora en ciencias biomédicas y profesora investigadora en la Universidad de Guadalajara, cuenta que al estudiar el doctorado iba al laboratorio con pantalón de mezclilla y playeras. Pero comenzó a notar indirectas de que “tenía que ir un poco más arreglada”.
—Cuando ‘estás en tus días’, hay veces que te tocan largas horas de trabajo y tienes que estar metida con una ropa especial o en un cuarto [laboratorio] de donde no puedes salir hasta que terminas. Es bastante incómodo.
Ahora que ha terminado sus estudios, confiesa que se mantiene una idea de que por ser una doctora en ciencias “debo estar siempre presentable, a pesar de que hay trabajo de laboratorio, pesado, que se puede hacer mucho mejor en ropa más cómoda”.
Aunque también se la exigían a los hombres, la ropa “formal” resulta más cómoda para ellos que para las mujeres, desde el tipo de calzado hasta lo holgado de las prendas. Los zapatos de piso, que eran tan convenientes para Valeria, definitivamente no combinaban con la etiqueta de formalidad.
El tema de la vestimenta tiene otras implicaciones de machismo. Profesoras y académicas están expuestas también a los comentarios de los alumnos sobre sus cuerpo o su manera de vestir. Esto sucede en plataformas digitales concebidas para evaluación docente donde, si bien se comenta también el aspecto físico de profesores varones, los más lascivos y denigrantes son dirigidos hacia las mujeres. Los alumnos también acosan.
Elvira Hernández Carballido es doctora en ciencias políticas y sociales y trabaja en la Universidad Autónoma de Hidalgo. Sus intereses siempre han estado enfocados a la comunicación y el género. Sabe que la academia no escapa del machismo: es frecuente escuchar a colegas hombres referirse a sus alumnas como “chicas guapas, pero tontas”, por ejemplo.
Cuenta que cuando Rosario Castellanos hizo su examen profesional, a mediados del siglo XX, los sinodales —todos hombres— la miraron extrañados al ver que su tesis abordara a las mujeres como tema. Elvira presentó su tesis en 1986 y la reacción fue similar. “El mundo cayéndose en pedazos y ella hablando de temas de mujeres”, llegaron a comentarle alguna vez.
Más tarde, en 1991, Hernández Carballido formó parte de la primera generación del Programa de Estudios de la Mujer en El Colegio de México. Fue de los primeros espacios en el país diseñados para estudiar la problemática de las mujeres.
—El día que se inauguró la especialidad, el director de El Colegio de México nos dijo: “De ustedes depende que esto se tome en serio, porque no sabemos qué van a hacer”.
La generación la conformaba una veintena de mujeres, constantemente bombardeadas con comentarios de estudiantes varones que les decían en tono burlón: “¿Qué están estudiando? ¿Qué les dan? ¿Bordado, tejido?”.
A pesar del tiempo transcurrido, pareciera que la percepción acerca de los estudios con perspectiva de género no ha cambiado mucho. Unas horas antes de ser entrevistada por Corriente Alterna, la doctora Hernández supo de un profesor que decía: “Ay, tengo una colega que estaba conmigo en el doctorado haciendo estampitas de mujeres de otro siglo”.
Por actitudes de machismo como esas, que atraviesan el mundo institucional, no ha sido fácil consolidar la esfera de estudios sobre la mujer. “Se ha tenido que convencer a las autoridades, se han abierto espacios porque está una insistiendo, proponiendo, publicando libros, artículos”, comenta.
La insistencia, no obstante, ha rendido frutos. En Hidalgo, donde es pionera en el campo de los estudios en comunicación, menciona que se han incluido materias y planes de estudio con perspectiva de género.
—Tal vez se abra una maestría en estudios de género —dice entusiasmada—. Pero se va viendo porque insistes, demuestras y porque, pues, estás segura de que esto vale la pena.
–Sólo 40 por ciento (30,548) de los investigadores e investigadoras del país pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI). De esta cifra, únicamente 37.6 por ciento (11,489) son mujeres.
–En 20 años apenas se logró un avance del 9.1 por ciento de la participación de las mujeres en la investigación. A ese ritmo, la equidad se alcanzaría hasta el año 2042.
–Dentro del SNI, casi la mitad de personas en Humanidades, Ciencias de la Conducta, Medicina y Ciencias de la Salud son mujeres.
–La brecha más amplia se da en las áreas de Ingenierías, Físico-Matemáticas y Ciencias de la Tierra: apenas 1 de cada 4 son mujeres.
–La brecha salarial se mantiene en todos los niveles de escolaridad, incluso en el posgrado: hombres con maestría o doctorado ganan, en promedio, 40 por ciento más que las mujeres con los mismos títulos.
–Dentro del SNI alcanzar el nivel más alto (nivel III) es desigual: apenas una tercera parte son mujeres.
Fuente: Programa Institucional 2020-2024 del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2018.
*Este artículo fue retomado de corrientealterna.unam.mx
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