Oaxaca.-“Los intercambios entre América y el continente africano son de muy larga data, básicamente de 500 años de duración, e incluyen música, gastronomía y hasta elementos lingüísticos”, afirmó Marco Antonio Reyes Lugardo, investigador del Programa Universitario de Estudios de Asia y África (PUEAA) de la UNAM.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) define a los afromexicanos o afrodescendientes por sus orígenes de personas que venían del continente africano y llegaron a México durante el periodo colonial. Se les reconocen como tales debido a su cultura, sus costumbres y tradiciones.
Un momento definitorio para el reconocimiento de personas afrodescendientes en México, según el experto, tiene que ver con los primeros años del siglo XXI, con la Conferencia de Durban, Sudáfrica, en contra de la discriminación y el racismo.
Sin embargo, antes de ello en México hubo un sinnúmero de iniciativas relacionadas con la identidad afrodescendiente provenientes de los pueblos y comunidades indígenas, sobre todo de Guerrero y Oaxaca. “Esto es un parteaguas de toda una serie de movimientos o activismo que van surgiendo hasta el día de hoy”, declaró.
En 2019 el Congreso de la Unión aprobó una adición al artículo segundo constitucional para reconocer la existencia de los afromexicanos como parte de la pluriculturalidad de la nación. Y el censo del Inegi en 2020 arrojó que dos de cada 100 personas se consideran afrodescendientes, lo que representa el 2.04 por ciento de la población total del país, más de dos millones 500 mil mujeres y hombres.
Asimismo, el censo menciona que poco más del 50 por ciento de la población afromexicana se concentra en seis entidades: 303 mil 923 viven en Guerrero; 296 mil 264 en el Estado de México; 215 mil 435 en Veracruz; 194 mil 474 en Oaxaca; 186 mil 914 en Ciudad de México, y 139 mil 676 en Jalisco.
“Durante mucho tiempo el mestizaje fue el orgullo de México, ‘lo mejor de dos mundos’, decía José Vasconcelos; pero la lucha ha estado presente a lo largo de mucho tiempo en función de sociedades y estructuras sociales políticas que racializan a la población. La liberación de los activismos de personas afrodescendientes en el ámbito latinoamericano es no sólo por un reconocimiento, sino también por un horizonte de lucha mayor para erradicar el racismo”, aseveró el especialista en Estudios de Asia y África.
La nación mexicana es pluriétnica, añadió, pero el racismo forma parte estructural del sistema económico en el que se vive. La “pigmentocracia” se da cuando alguien con un determinado tono de piel ocupa una parte de la pirámide social latinoamericana, como la mexicana, formando una sociedad de división social del trabajo, menos pagada y con limitaciones en educación y vivienda. Por ello, el activismo hoy en día pone el dedo sobre el renglón para desarticular el racismo.
Al hablar de efemérides como el 24 de enero, Día Mundial de la Cultura Africana y Afrodescendiente, Reyes Lugardo consideró que se corre el riesgo de quedarse como un mero capítulo más de algo que “ya se logró”; no obstante, aún falta por hacer en una sociedad racializada como todavía lo es la mexicana.
Identidad, activismo y sones jarochos
“Vengo de una familia con una tradición migratoria. Hace tres años, cuando me adentré en los estudios afros por mi licenciatura, hallé un artículo que decía que el apellido ‘Hurtado’ provenía de los pueblos negros de Guerrero y a partir de ahí incursioné en mi propia historia de vida”, indicó Ana Hurtado Pliego, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
En su proceso de autorreconocimiento, Ana enfrentó grandes retos en el sentido de cómo identificar, visibilizar o nombrar a los afrodescendientes para derribar el estigma y estereotipo que se tiene de aquellos que viven en la Ciudad de México, en el campo o afuera del país.
“Algo que se cuestiona mucho es la identidad afromexicana porque de pronto todo se centra en querer hablar de racismo o de violencia, y es que creo que durante mucho tiempo no se había podido nombrar lo que estábamos viviendo. Esto lo veíamos como algo cultural o algo tan normalizado, pero aprendimos que eso tiene un nombre y que varias veces hemos sido relegados de los espacios por el color de piel o el fenotipo”, puntualizó.
La también coordinadora de la Red Nacional de Juventudes Afromexicanas comentó que es necesario que los jóvenes dispongan de un espacio donde puedan aplicar lo aprendido desde otras trincheras. Por eso en esta Red también encontrarán un acompañamiento durante su proceso de identificación, para que tengan otras oportunidades de formación política y académica, pero también de encuentro, y puedan hablar de cualquier tema.
México es un país pluricultural porque está en el discurso, subrayó, pero en la parte tangible aún hay desigualdad marcada y ante eso está la necesidad de empujar hacia una lucha por el reconocimiento de la identidad afromexicana que tenga cabida en universidades, en organizaciones y hasta en medios de comunicación.
“El activismo afromexicano ha luchado por hablar de representación política, de cómo dignificar una historia en la que todo apunta a un proceso de blanqueamiento y de invisibilización. Pero a la vez nos preocupa la infancia, porque deben existir espacios más amables para no seguir reproduciendo la misma historia de racismo y para sentir que pertenecemos a una cultura, a una nación”, expresó.
Originario de Tlacotalpan, Veracruz, Francisco llegó hace 15 años a la Ciudad de México junto con sus compañeros músicos. Sostuvo que tanto él como la mayoría de la gente de Tlacotalpan no eran conscientes de ser afrodescendientes; pero que de joven le surgieron algunas inquietudes como por qué tienen determinadas costumbres en el pueblo o por qué siempre se habla de los europeos que trajeron su cultura y poco de su raíz africana.
“Mi lugar de origen pertenece a una región caribeña que llega hasta el Golfo de México, que a su vez se conecta con otros pueblos con similitudes en la forma de hablar, vestir, decorar las casas, cocinar y hacer música, como los sones jarochos”, manifestó.
El profesor de ese género musical contó que en la infancia sus padres lo llevaban al teatro, a exposiciones de pintura y a la danza, pero logró sentirse identificado con los sones jarochos porque le hacían percibir cosas especiales. Esta música tiene un ritmo armónico y para tocarla se usan instrumentos como jarana, güiro, quijada, cajón y violín; además, tiene sus orígenes en la cultura afrodescendiente.
Tanto en la región de Veracruz como en otras donde hay afrodescendientes, la danza y los ritmos con algunas percusiones se hicieron especiales. Los sones jarochos se ejecutan después de largas horas de trabajo, generalmente en fiestas en las que todos cantan, bailan y comen.
“La cultura afrodescendiente está más presente en México de lo que nosotros creemos; en algunas ocasiones, las personas dicen sí identificarse con ella, pero otras no a pesar de que sus rasgos o costumbres así lo indiquen. Parte de nuestra gastronomía es a base de caldos con vísceras, yute, camote, plátano o elote; mezclamos en la comida lo salado con lo dulce.”
Para Francisco es importante conservar sus raíces africanas porque es lo que les da identidad a estos mexicanos y les permite sentirse libres de juntarse, compartir y platicar sobre muchos temas. Hay varios movimientos, como México Negro AC, que fungen como un espacio para visibilizarse y seguir en la lucha por sus derechos como personas.
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