Por Cesar Eli Garcia
Oaxaca.-Perder el Reino, es la segunda novela del escritor y periodista Israel García Reyes (Ciudad de México, 1977) Publicada bajo el sello editorial Pez en el árbol y Dilema ediciones. Se puede calificar de oportuna si recordamos que nos encontramos a 500 años de la caída del imperio Mexica. Estamos ante una novela histórica, que toma como escenario los días posteriores a la conquista. Me refiero a esa época, en que, por una parte, aún se recordaban los días del esplendor imperial y por otro se instauraban las instituciones que darían pie a la época colonial.
La historia comienza con la llegada del arzobispo Juan de Zumárraga, al puerto de Veracruz. Y culmina con la ejecución de Don Carlos Ometochtli Chichimecatecuhtli, noble texcocano. Por tanto; la novela transcurre entre los años 1534 a 1539. Como podemos ver pocos años han pasado desde que Hernando de Cortes hizo caer la resistencia Mexica, en 1521. Ahora la ciudad, Tenochtitlan-Nueva España, es un espacio en donde se confrontan dos fuerzas que continúan en pugna, pese a ya haber concluido la guerra militar. Por una parte, la Gran Tenochtitlan es demolida, para con sus restos, edificar templos y edificios públicos. Por otra parte, aquello que los conquistadores encuentran pernicioso es enterrado, como queriendo borrar de la memoria de los indígenas la existencia de aquella ciudad con el Tzompantli más grande de Mesoamérica.
Esta transición del paisaje urbano Israel la imagina:
Pronto cayó la mansión del emperador Motecuzoma, próxima al Altar Mayor; derribaron sus altos muros de estuco y demolieron los aposentos. En lugar suyo levantaron residencias y patios porticados, columnas dóricas, celosías y pisos de mármol. También proveyeron habitaciones y terrazas con almenas para protegerse.
Con esto, nos recuerda que, la historia de una ciudad es la historia de aquellos que la habitan. La memoria pétrea, es la memoria de los cambios de una sociedad. Las pirámides debían demolerse, porque con ellas se intentaba demoler un pasado que parecía estorboso al nuevo orden colonial.
Es en medio de esta situación, cuando el arzobispo Juan de Zumárraga, miembro de la orden de los franciscanos, arriba a la ciudad en transición; Tenochtitlan- Nueva España. Para encargarse de la evangelización de los indígenas, quienes lo reciben de buena gana, lo llaman tata. Le llevan canastas repletas de frutos extraños, frutos de Mesoamérica. sí de vez en cuando alguno le ofrece alguna figurilla de algún dios antiguo, Zumárraga, lo arroja al suelo; frente a todos. Para que sirva de lección al indígena que selo ofrece y a todos los demás que lo miran. Esta en la naturaleza de su orden el ser benevolentes, comprende que no se le puede quitar a un pueblo sus creencias, al menos no así de fácil. El proceso de evangelización será arduo, pero en el fondo confía en que los indígenas recapacitaran y terminaran amando la fe cristiana.
Uno de tantos, indígenas nobles, que fueron adoptados por los conquistadores, es Carlos Ometochtli. Quien, siendo nieto directo de Nezahualcóyotl, es educado por el propio Hernando de Cortes, es bautizado y enseñado sobre los evangelios. Paradójicamente, su origen noble, lo coloca en el centro de un huracán. En la Nueva España, hay un reacomodo de la estratificación social, Ometochtli, es un noble disminuido que, recuerda con nostalgia el pasado esplendoroso. De haber continuado su curso la historia Mexica; por derecho él sería tlatoani, él hubiera sido un soldado águila. Israel lo imagina como un padre duro con su hijo, En aquella figura tan estricta, se oculta una figura amorosa, que prepara a su retoño para no volver a perder el reino. Eso, fue suficiente pretexto, para acusarle ante el tribunal del santo oficio.
Así llegamos a la parte medular de la historia, en donde, Israel nos muestra un nudo de voluntades confrontándose. Por una parte; Zumárraga se ha mostrado condescendiente en su manera de evangelizar, lo hace con paciencia, perdonando los errores y las faltas. El inquisidor se muestra débil ante los ojos de españoles, eso es peligroso. Los indígenas pueden intentar una rebelión, para recuperar su paganismo. Por otra parte; no todos los nobles tuvieron tanta suerte como Ometochtli, muchos quedaron desfavorecidos. Los parientes, manipulados por un grupo de españoles, que querían despojarlo de sus propiedades; fueron los denunciantes. Además, fueron ellos, quienes bajo amenaza de compartir destino intimidaron a amigos y familiares, nadie se presentó a declarar en defensa del procesado. Fue así como, en 1539 era condenado a la hoguera el nieto de Nezahualcóyotl.
Con Perder el Reyno, Israel García Reyes, nos invita por una parte a pensar en ese lapso de la historia que cuenta como en el origen de nuestro país, hay un pasado que echamos de menos, nos lamentamos de la perdida castrante, de aquellos documentos en donde se plasmaba la sabiduría de los sacerdotes precolombinos, olvidando a los personajes que fueron literalmente piedras sobre las que se cimento nuestro presente. Por medio del personaje, Juan de Zumárraga, somos advertidos de lo frágil que es nuestra voluntad cuando esta está condicionada por factores que nos superan. No todos nuestros actos nacen de nuestra voluntad, estamos atravesados por una red de voluntades que se imponen y nos orillan a cometer actos de los cuales después nos avergonzamos. Somos pues títeres del destino, una fuerza superior se impone ante nosotros.
Por otra parte, Ometochtli, es símbolo de una figura paterna, ausente, no por decisión propia, sino por una circunstancia de la que no pudo escapar. Los mexicanos somos aquel pequeño niño que dejo huérfano, al que le hablo de los días esplendorosos del imperio sabiendo que jamás podrá emparejar su imaginación con la realidad. Sin embargo, no quedamos completamente desprotegidos pues, así como el pequeño Antonio una vez huérfano de padre, quedo al cuidado de María, su madre. Nosotros los mexicanos, una vez perdido el reino, nos quedamos al cuidado de la virgen guadalupana.