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Crónicas y vericuetos/ Vida de gato, primera parte

Crónicas y vericuetos/ Vida de gato, primera parte
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Miércoles 08 de junio, 2022.
05:33 pm
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Salvador Hernández

Oaxaca.-No hay mejor universidad, que la calle reza el refrán, con todo y su tufo estercolero; te encuentras con la verdadera lealtad -como el borracho que, junto a una veladora y unas flores, duerme a la entrada del bar donde alguna vez conviviera con su mejor amigo-, esto me hace creer en la humanidad, con cierta esperanza. En las calles encuentras a personajes que no le piden nada al gran Diógenes. Sin títulos y con un pie en el manicomio, derrochan sabiduría.

Creo, que la mayoría de los humanos se distinguen por convenencieros. La peor fauna carroñera que pueda existir en el reino animal; vagabundos, prostitutas, y ladronzuelos, tienen más sentido común que muchos ególatras de las esferas sociales encumbradas y, que desafortunadamente, nos ha tocado mantener. Se autonombran representantes populares, gobernantes o líderes, cuando todos sabemos que han obtenido sus mundanos “huesos”, a través de zalamerías propias de cualquier canino.

Por el contrario, los gatos no somos fáciles de manipular, todo tipo de autoridad, ya sea moral o doctrinaria, nos la pasamos por el arco del triunfo. Cuando el hambre pregona en nuestras entrañas, hacemos uso de la imaginación y en un bote de basura podemos encontrar un manjar. Después de saciarnos, merodeamos por las techumbres, de acuerdo al deterioro o excentricidad, sabemos de qué posición económica son sus moradores; por otro lado, admiro la miserable veneración que los humanos le tienen a las cosas materiales, sin ellas, son unos pobres infelices.

Después de los instintos de sobrevivencia, una hembra es lo más saludable para llevar una vida radiante, hacen que los pelos nos crezcan bellos y brillantes, después, cada quien toma su rumbo. El llamado amor entre los humanos, no existe en nuestro léxico.

La calle no tiene sentido, si no aprendes algo cada día, seguir a los viejos, te vuelve un conocedor y, a estar alerta continuamente.  Por el contrario, sentimos lástima por los gatos sumisos, que tienen que dejar a un lado su dignidad para obedecer a un amo manipulador, sea, político, sacerdote o un ser solitario. Todo, con la esperanza de permanecer en su pequeña esfera de confort. Como decía Zola, “La verdadera felicidad, no consiste en estar encerrado en una habitación y ser castigado por un pedazo de carne”.

Algo que gatos como yo, no nos permitimos, así nos apapachen con viandas y comodidades.

Comer pescado cuando bien nos va, después, recostarse en las cálidas tejas, mirando por largo tiempo las estrellas, cuando el cielo empieza a parpadear, es más que suficiente. En lo particular, me gustan las figuras que se forman con las nubes, las viejas vigas y el adobe húmedo, es un refugio acogedor donde puedes realizar tus favoritos juegos amorosos.

Algunos gatos suelen acompañarme, pero al rato, ya aburridos, optan irse cada quien, por su lado, “la noche es para disfrutarla”, los escucho decir entre maullidos.

II) PARTE DOS

ARATXIA KURDURIKA.

Una noche cualquiera, entré a una casona, donde una luz mortecina alumbraba un cuarto, había libros, muebles y fotos antiguas, también pinturas de diversos estilos. Estaba a punto de hincarle el diente a un trozo de carne, cuando una voz pedregosa se escuchó detrás de mí, “cómetela minino”. Sobresaltado volteé, y vi a una anciana cómodamente sentada en una poltrona fumando un puro. Mientras escuchaba una ópera de Verdi.

Un gato negro se acurrucó en su regazo, y ella le acarició la nuca. El ropero que se encontraba a sus espaldas, rodeado por un dragón de cedro, armonizaba con la figura de la anciana, después de lanzar una bocanada de humo, miró la luna e inició un monologo. 

 “Amo a los gatos por su libertad, porque viven el presente; sin conflictos existenciales ni temor a perder su trabajo o carecer de unas raquíticas vacaciones”.

“Escritores como Buckley, Rudyard Kipling y Linda Squier les han dedicado hermosos cuentos a felinos como tú. Por el contrario, a nuestra deplorable situación humana, solo se le ha asignado viento y humo” -y dirigiéndome la mirada, añadió-, “Se tozudo, como `El Gato de Dick Baker`, conocido cuento de Mark Twain”. “Escoge la vida que te plazca; a mí me encanta los libros de autores olvidados; los gatos, al igual que los escritores, mienten, pero en esencia son honestos”.

Por las tardes, solía comer con vagabundos, teporochos o drogadictos mesiánicos, que hablaban con vehemencia, alzando las manos y ponían los ojos en blanco, en realidad no eran tan distintos a los demagogos que bajo los efectos del alcohol u otra droga, daban discursos a una muchedumbre imaginaria.

Creo que las leyes están hechas a conveniencia de los ricos; la psicología con sus doctores, y la iglesia con sus sacerdotes, son los negociadores entre “dios” y sus seguidores. Los dictadores del buen comportamiento, que venden el cielo y la cordura, según el tamaño del miedo, o lo abultado de la billetera, sean corruptos, criminales, o despreciables fariseos.

“Pero sino llegas a satisfacer lo que anhelas esa indispensable serenidad que te haga feliz, vive al margen, entre la mierda. Tú sabes a lo que me refiero”. Concluyó Ataraxia

LOS GATOS.

Cuando Ataraxia se fue, dejó una escueta carta donde explicaba que regresaba a su lugar de origen -ignoro donde nació-, sólo que su padre pertenecía a una nación del lejano oriente -“donde, por cierto, se tomaba el café más rico del mundo”-, y su madre, había sido una chamana jipi de Oaxaca. En la carta señalaba que podía yo podía disponer de la casa, siempre que le diera buen uso, de que “no dependiera de nadie, ya que, si superaba la soledad, sería un gran paso que me abriría nuevos horizontes. Con la certeza que nada es eterno, y daba lo mismo, vivir acompañado que solo”.

Me dejó su biblioteca intacta, que se fue acrecentando a medida que me encontraba más libros en los basureros, textos de antología, como “Filosofía Felina” de John Gray, por cierto, ahora es más fácil encontrar libros, que un celular o una pantalla de televisor en buenas condiciones.

Leía nuevos autores, los gatos “leemos” con la mente, de los libros salen las voces. Algo así como los audiolibros que escuchan los humanos, pero en voz original de sus autores.

Al gato negro lo rebauticé como “Otelo”, era el más tímido, por eso me extraña que haya muerto envenenado. Un día por la tarde, al subir a la azotea, estaba inmóvil, parecía dormir plácidamente. No concibo cómo los humanos, por sus estúpidos fanatismos, maten por el color de la piel a otro animal, incluyendo a los de su misma especie. Respecto a la muerte, sabemos cuando nos llegarà el momento, pero eso no importa.

A “Monarca” se lo robaron, posiblemente porque su gran personalidad no pasaba desapercibida. Espero que esté en un buen hogar. “Vagabundo” despareció sin dejar huella. De los demás, su audacia o su sedentarismo, les salvo el pellejo.

Cuando decidí cambiar de aires, me llevé unos libros-es un decir, ya que todo lo retenía en mi mente-, nada que oliera a política o religión ¡por supuesto! Vagué, en busca de nuevas amistades, sin hacer compromisos ni concesión alguna.,

Había vivido lo suficiente, para saber que siempre habría amos y esclavos, èstos últimos, en su mayoría, cerraban el cerrojo por dentro. Y tiraban la llave para siempre.

Después de algunos años, volví. El gobierno local había decomisado la casa, ahora existe una tienda departamental; de las pandillas, solo quedaban algunos gatos viejos y decrépitos, en su lugar, gatos jóvenes y desechables, se arremolinaban en una esquina, posiblemente consumiendo alguna droga; y en lugar de cálidos tejados, había edificios grises y fríos.

A lo lejos, en una taberna, una tenue luz traspasaba las persianas, mientras se escuchaba la letra de “Fat Rat”, un blues de Little Sammy Davis.

Me di la vuelta, elevé la mirada a la luna, y lancé un maullido interminable…

 

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