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Crónicas oscuras / “El Hostal de Todos”

Crónicas oscuras / “El Hostal de Todos”
Sábado 11 de marzo, 2023.
01:03 pm
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 Texto y viñeta: Salvador Hernández.

Oaxaca.-Todo empezó cuando la “Batichica” llegó por primera vez al hostal (mas bien, era un hotel de paso). Usaba una gabardina de mezclilla desabotonada, que, con el viento a contracorriente, le daba un aire de superheroína. A veces me pedía una hoja de afeitar para depilarse las cejas; otras, esperaba fumando, absorta de en un libro, de pasta blanda donde apenas se distinguían el título: “Cumbres Borrascosas”. Otras más, tomaba unas cervezas de la hielera, mientras yo sacaba del armario de toallas y sabanas, un litro de mezcal tobalà.

Después de las diez, empezaban a llegar una serie de personajes sin previo aviso ni invitación: “La Princesa Jipi”, cubierto de joyas, reluciente manicure y camisa abierta, luciendo su blanco y depilado pecho. Le seguían: “El Manitas”, “El Demon”, el “For Exemple”, gabacheros que se consagraron por saber varias lenguas extranjeras, sin cursar, los estudios básicos. A veces le caía “El Botas”, que, por gandalla, tenía vetada la entrada, a no ser que llegara con alguna fémina que le abriera el paso, a su toxica presencia. No faltaba los despistados, que, atraídos por las güeras, por lo general, salían rebotando del rebautizado “Hostal de Todos”.

La Batichica y yo nos retirábamos a un cuarto alejado del bullicio. Para regresar, cuando la reunión era una orgía. En una esquina del patio, el “Matador”, acompañado del Demon, ligaban con dos gringas de la tercera edad. Un grupo de hippies, charlaban en diversas lenguas, mientras fumaban mota, otros y otras, subían a la azotea, a “contemplar la luna”, para asegurar que habían visto “un extraño objeto volador”. Eran tiempos pre- pandémicos. Donde los rituales tántricos de todo tipo, estaban permitidos…

Por unas semanas, el “Hostal de Todos”, permaneció cerrado. Adentro, la fiesta no tenía visos de terminar, los huéspedes ya no pagaban. Un hippie gay, bordaba unas pulseras trenzadas. Los vegetarianos le entraban sin rubor a las patitas de puerco con frijoles, que preparaba la Batichica. Los refrescos de Cola se habían agotado. El pachuli se mezclaba con el olor a petate quemado, mientras un ambiente de monasterio hindú, inundaba el ambiente. Los murmullos de los y las vecinas se acrecentaron, ya sea por envidia o molestos por el escándalo -en el ya, estigmatizado barrio, donde años atrás, se encontrara la zona roja.

Con los años, unos se volvieron prósperos comerciantes, otros más, se tiraron al vicio, unos murieron de forma absurda, y los que se salvaron fueron a parar a países del primer mundo, como extras de películas, personificando apaches, indígenas borrachos o chicanos delincuentes. En el mejor de los casos, fueron a dar a la cárcel, donde -dicen algunos-, se regeneraron.

Todo se chingó, cuando apareció: el VIH, los priistas empezaron a salirse del PRI, para formar partidos de “izquierda”, los celulares-con cámaras-, suplieron a los teléfonos públicos de monedas, los “licenciados” empezaron a comprar sus títulos en la Plaza Santo Domingo del DF. Y a las mujeres ya no le gustaban los poemas románticos. En ese orden.

A la Batichica, la vi por última vez, en una céntrica calle de la ciudad. Cuando cruzaba para saludarla, un tipo gordo y corpulento, vestido de china poblana, se aferró a mí, para bailar -en medio de una comparsa que pasaba en esos momentos. Al soltarme del trasvesti, la busqué sin encontrarla.

Recuerdo que fue un mes de julio, porque las calles estaban mojadas.

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