Texto y viñeta: Salvador Hernández.
Oaxaca.-La besé en la mejilla, como a todas las mujeres que se atravesaban por los pasillos, incluso, con unas me ponía a bailar, cuando me sonreían…
Con Mari Chuy -como le decía-, hice lo mismo, nunca me fijé si le molestaba. Pero un mes y medio después, me reclamó airada que era el único que se había atrevido a besarla, que no le volviera a decirle “princesita”. Y que no le escribiera poemas “románticos” -en realidad eran eróticos-.
María del Sagrado Corazón de Jesús, como se hacía llamar, era una chica burguesa, proveniente de escuelas privadas, y un exclusivo fraccionamiento de la ciudad de México, que había caído en las drogas, como caen los moscos en las raquetas eléctricas.
Cuando salí del psiquiátrico, en noviembre pasado, no me despedí de ella, porque todavía estaba molesta.
Un brother que también estuvo ahí, y ahora es un prometedor candidato político, me escribió un mensaje, donde me relata que la princesita está cada día más deteriorada. Sobre todo, los domingos por las tardes, de este frio invierno.
Que lee mis poemas, y se limpia las mejillas con el dorso de las manos.
Dejo a un lado mi celular, y se me vienen a la mente, las sesiones religiosas, disfrazadas de “espiritualidad”.
Extraño a la princesita, mientras tomo mi “ruso blanco”, miro como languidece el día, el rojizo celaje que se une en un beso con el mar.
Un extraño sentimiento inunda mis entrañas. Tomo el vaso old fashion, y doy un trago mas.
Con el viento marino acariciando mi rostro, me pregunto, si èsta, ¿no será la verdadera liberación espiritual?
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