Salvador Hernández.
Oaxaca.-Entre 1989 y 1991, los “Chamanes”, -bautizados asì por el arquitecto Alfredo Mora Arellano-,nos integramos al taller de gráfica y artes plásticas “Rufino Tamayo” , ubicado en la esquina de avenida Juárez y Murguía.
Dicho grupo estaba conformado por, Ángel Rodríguez, Gonzalo Carreño, Josué Lázaro (ya fallecido), Fernando Andriacci. Y este escribiente Salvador Hernández. Entre los talleres, destacaron los impartidos por María Felicidad.
En la técnica de acuarela. El de dibujo con modelo, realizado por Carlos Rubio; el de muralismo, con el maestro Melquiades Ègido, el de Estampado con el maestro -y director del taller-, Atanasio García Tapia, y en dos etapas, el de litografía, con Lázaro Juárez Hungría -y posteriormente-, con la profesora Cristina Cárdenas.
En 1992, último año de gobierno de Heladio Ramírez López e inicio del período de Diodòro Carrasco Altamirano, se nos acercó un personero, el cual nos ofreció cambiarnos a un espacio “mejor”.
El edificio que nos proponía era el exconvento de las carmelitas descalzas, lo que había sido el “Ágora de Fonapas”, un centro cultural equipado con: sala de proyecciones, auditorio, galería, cafetería y en la segunda planta, salas de exposiciones.
1992 LA REPRESIÒN
Los alumnos en general aceptamos dicho espacio ya que contaba con todos las cualidades dignas de un taller con una reputación reconocida a nivel nacional; las salas de la planta alta del exconvento, se habilitaron como talleres de gráfica y pintura.
Vale mencionar, que tanto el maestro Atanasio García -que, a pesar de depender de la SECULTA, actual Secretaría de las Culturas-, como su personal de confianza, se unieron en contra del desalojo, cuando unos meses después, se nos comunicó que teníamos que desalojar dicho edificio, para instalar una oficina burocrática.
Así nos lo dio a entender el entonces funcionario de Diódoro Carrasco, el cronista Rubén Vasconcelos Beltrán.
A pesar de tener el apoyo del diario “La Jornada”, que por vía de Delia Fuentes se pudo contactar con nosotros, y que cubría el desarrollo del movimiento diariamente. También contamos con la solidaridad de personas tanto del interior del país, como extranjeros, que nos animaban por medio de cartas postales, a no claudicar en nuestro movimiento. En una época que no había internet ni teléfonos inteligentes.
Sin embargo, una madrugada y cuando los desgastados alumnos se habían retirado a descansar, entró la policía y desmanteló lo que había sido un paradigmático espacio cultural. Desde la planta alta, las piedras litográficas, provenientes de Baviera, eran arrojadas por las fuerzas vivas, mientras otros policías, amagaban a un chamán, como si de un vil apostata se tratara. Seguramente los Torquemada de ese tiempo, estaban felices.
En pocas horas en el patio de cantera, estaban apilados: cuadros, butacas, bastidores a medio pintar. Seguramente las espátulas, pinzas y rodillos, también eran armas hechizas a los ojos de los gorilas estatales.
Es clásico en gobiernos fascistas, que ven en el arte y la cultura un enemigo concientizador de las masas populares. Despertador de conciencias adormecidas.
El único chaman sobreviviente, que se elevó al olimpo oficial, fue Fernando Andriacci, paisano y ahijado del “juniorsique de Cuicatlán” (como bautizó Porfirio Muños Ledo a Diódoro Carrasco). Lo demás, fueron negociaciones con los represores, y en las que no participó, el que esto escribe.