Orlando Rodríguez, Anafae, Honduras
Reunidas en Guelatao, Oaxaca, las comunidades, las organizaciones y las personas que nos preocupamos por la defensa de la milpa (territorio del maíz), en el local de la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez de Oaxaca (UNOSJO), los días 12,13 y 14 de noviembre de 2024, reconocemos, valoramos y reivindicamos nuestras raíces indígenas, afrodescendientes, mestizas, nuestra agricultura campesina milenaria y su expresión actual en la agroecología.
Sabemos que en nuestras herencias, en nuestra historia, hay algo muy poderoso, por lo que vamos entendiendo que nuestra articulación como Red, de más de veinte años, es más y más pertinente ante un mundo donde la violencia quiere imponerse como regla y método. En este camino, reconocemos todo lo que nos ha iluminado la palabra de las y los zapatistas, sus comunidades y sus proyectos de autonomía.
En la Red existe la palabra común, pero sobre todo el reconocimiento de nuestro ser con la milpa, con las semillas, en comunalidad, con nuestros ámbitos de vida que son nuestros territorios. Exigimos entonces el respeto de estos territorios.
Rechazamos la minería, las hidroeléctricas, la construcción de megaproyectos, los monocultivos e invernaderos agroindustriales repletos de agrotóxicos.
Rechazamos el acaparamiento de nuestras fuentes de agua, el incendio de nuestros bosques y su reconversión a monocultivos de agave, aguacate o de pino, pero también los programas de bonos de carbono, los servicios ambientales y todo tipo de “conservación”. La promoción de la digitalización de más y más órdenes de la vida, en particular la agricultura, y las supuestas energías limpias como las masivas granjas de eólicas y fotovoltaicas, así como de energía nuclear, que tras de sí cargan una enormidad de zonas de colapso ambiental invisibilizadas.
La solución a los problemas ambientales, energéticos, climáticos, alimentarios y de salud surgirán de nuestros pueblos, no del modelo de tecnologías seudo-innovadoras pero altamente nocivas.
Insistimos en nuestra libre potestad de guardar, intercambiar y reproducir nuestras semillas y en la libertad para ejercer nuestra agricultura de vida como nos parezca pertinente; porque es a nosotros a quienes compete resolver nuestra vida y nuestro sustento sin que nadie lo impida con normas y regulaciones.
Somos comunidades, organizaciones y personas, investigadoras e investigadores también, que defendemos el maíz.
Pero esta defensa exige un respeto por nuestra libre determinación y autonomía. Sin esa autonomía, cualquier programa de “fomento y protección” del maíz será solamente un intento más por convertir en asistencialismo o consulta oficial lo que nos compete solamente a nosotros. Por eso rechazamos cualquier programa de supuesto “desarrollo” que no sea soñado, diseñado, gestionado y administrado por las comunidades.
Hasta ahora los proyectos diseñados y promovidos por el Estado son impuestos para impulsar los intereses de las empresas.
Las políticas públicas que nos imponen terminan siendo contrarias a lo que exigen las comunidades.
Insistimos en que no es el Estado quien tiene que hacer los proyectos de los pueblos. Exigimos que el Estado libere los fondos y recursos necesarios para que, con nuestros modos, echemos a andar nuestros proyectos sin que medien sus funcionarios, sus operadores, sus administradores y sus extensionistas.
Seguiremos rechazando los organismos genéticamente modificados (sean transgénicos, productos de edición genética con sus impulsores u otras formas de la biotecnología en cualquier parte del territorio nacional). Seguimos rechazando cualquier siembra experimental, piloto o comercial de tales organismos genéticamente modificados y su distribución, almacenamiento o comercialización.
La soberanía y la autonomía alimentaria radican en el respeto de nuestra potestad colectiva, anterior al sistema jurídico, a tener, guardar, intercambiar y sembrar libremente semillas nativas. Éstas no deben sufrir la imposición de mecanismo alguno de control estatal, federal o empresarial (sea registro, certificación, inventario, banco de semillas, catálogo de variedades, patentes, denominaciones de origen o derechos de obtentor, sean individuales o colectivos, las medidas fitosanitarias impuestas por los TLC y las leyes procedentes de la autodenominada Unión de Protección de Obtenciones Vegetales, UPOV) que pretenden normar quién siembra, cultiva, cosecha y comparte semillas y cultivares. De paso rechazamos cualquier esquema de propiedad intelectual colectiva a pesar de lo declarado por la presidenta Claudia Sheinbaum. Nuestros saberes se defienden ejerciéndolos comunitariamente.
Rechazamos los Tratados de Libre Comercio por ser instrumentos de desvío de poder, un sometimiento de la soberanía nacional a los intereses de las transnacionales. Los TLC son mecanismos de presión para la adopción de UPOV y sus leyes que impiden el intercambio y libre uso de semillas.
Seguiremos negándonos a recibir semillas ajenas que nos venden como “asistencia” y que son imposición de sus paquetes y metodologías contrarios a lo que requieren los pueblos. Seguiremos nuestra vigilancia para mantener nuestras semillas libres de transgénicos.
Nos negamos a recibir tecnologías de las que no tengamos una información confiable y sustentada en el cotejo de organizaciones o comunidades hermanas con nuestros propios canales de confianza.
Necesitamos cuidar la salud de nuestro suelo y fomentar su respeto. Exigimos la protección de territorios libres de agrotóxicos. Protegeremos nuestros territorios impulsando una transición hacia la prohibición de los agrotóxicos y cualquier otro veneno con que amenacen la vida de nuestras niñas y niños, de nuestro monte y nuestras fuentes de agua.
Revindicamos nuestra comunalidad (y su responsabilidad). Celebramos lo propio, nuestro camino natural de relación con el suelo que pisamos. Cultivamos ese suelo y la esperanza.
Tenemos mucha fuerza caminada, y con ella le hacemos frente a todo lo que son esas imposiciones. Entendemos que las leyes con que nos quieren someter son instrumentos de guerra contra los pueblos.
Entendemos las consultas que hace el Estado como una forma más de escamotearnos la libre determinación y la autonomía. Se dice que somos “sujetos de derecho” —pero del derecho impuesto por ese Estado que niega nuestro camino y lenguaje natural.
Urge entonces narrarnos y entender nuestras historias, las propias, abrir espacios de conversación para pensar y decidir juntas las comunidades, las organizaciones y las personas que nos implicamos en la defensa de la vida. Tenemos que mejorar nuestras prácticas, recuperar nuestros saberes ancestrales y promover nuevos, afines y resonantes con nuestras condiciones y circunstancias.
Reivindicamos nuestras formas propias de organización, la importancia de nuestras asambleas y nuestras autoridades autónomas. Valoramos nuestra memoria y nuestra historia, los saberes de nuestros ámbitos comunitarios. Que desde nuestros proyectos de formación emprendamos investigaciones y diagnósticos participativos, pertinentes, que nos ayuden a entender a fondo nuestros territorios, y defender todos sus rincones y sus relaciones.
Necesitamos medios de comunicación y vinculación propios. Aprovechar los medios sociales, pero promover radios comunitarias y la difusión de nuestras luchas, logros y propuestas.
Que nuestros alimentos sean naturales y sanos. Rechacemos los comestibles ultraprocesados. No dejemos que se pierdan cultivos vitales en verdad nutritivos. Reconstruyamos el vínculo entre la custodia de las semillas y la partería, para darle plenitud a las personas guardianas de la vida que viene.
Impulsemos nuestras formas de laborar en conjunto (sean guelaguetza, gozona, minga, pasamanos, tequio, faena, manovuelta).
La reciprocidad, la mutualidad, la cooperación son nuestra fuerza. No estamos solos, solas. Somos una multitud de comunidades, organizaciones y personas que nos reconocemos unas en otras.
Tenemos que lograr una salvaguarda jurídica internacional, pero también salvaguardas nacionales, para impedir la privatización de las variedades de las semillas nativas, incluso blindando nuestras regiones, para que no puedan ser usadas para elaborar ninguna semilla comercial e industrial.
Pongamos atención en los cuidados cotidianos, aparentemente pequeñitos, (ejercidos por mujeres y hombres, niñas, niños, jóvenes y personas mayores por igual) conscientes de atender las tareas que nos permiten reconocernos, restañarnos, repararnos, descansar, sanar, mantenernos, procurar nuestras necesidades más profundas.
Tenemos que abrirnos al mundo (como con la Alianza Biodiversidad, el Colectivo de Semillas de América Latina, la Vía Campesina y CLOC) y tejer alianzas estratégicas en el plano nacional e internacional, porque la violencia es cada vez más insidiosa y cotidiana. Repudiamos la violencia que crece en todo el país, en particular en Chiapas, contra comunidades que buscan vivir en paz defendiendo la vida.
Sabemos que en cada lugar donde hay violencia, despojo o abuso existen muchas resistencias a esas violencias.
A veces las resistencias son visibles y fáciles de identificar, son organizadas y tienen efectos contundentes. Las resistencias a veces son casi invisibles y con frecuencia pasan desapercibidas hasta para las personas que las emprenden. Hacer posible la vida no surge de la nada, son acciones entramadas en un tejido de saberes, habilidades, compromisos, sueños, esperanzas y deseos: vivos en territorios concretos. Son posibles gracias a las relaciones que nos sostienen y a los territorios que nos nutren. Son posibles por las historias de donde venimos, y por los imaginarios que nos convocan.
Tenemos que reconocer lo que hacemos para resistir y proponer otro futuro y nombrarlo, narrarlo con mucha entereza. Eso que está al alcance de nosotros y nuestras fuerzas es nuestro camino más certero.
Red en Defensa del Maíz, 14 de noviembre de 2024 lo