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Imagen de Carlos Montemayor

Martes 02 de marzo, 2010.
02:47 pm
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Jorge Magariño   Para Manuel Matus   Era una tarde, sí, era una tarde. Recibí una llamada telefónica, la voz femenina, conocida por mí, adelantó: -Le comunico con el maestro Montemayor-. Agradecí el anuncio y apareció el vozarrón de Carlos pidiendo un favor.   -Jorge, quisiera que me consiguieras un pequeño espacio para cantar unas canciones con los amigos, una cosa breve. -¿Cantar? -Sí, he estado ensayando un poco aquí en la casa, con el poeta Eduardo Lizalde, y ahora quiero hacerlo en público, pero no con muchos, digamos que en Petit comité.   Carlos Montemayor   Por supuesto que no puse mayores reparos y le contesté que sí, que cómo no, que para cuándo, y qué necesitaba. Con el paso de los días fuimos afinando detalles. Necesito quien me acompañe –solicitó-, y que podamos hacer por lo menos un par de ensayos antes de la presentación.   Total, que me puse a dar las vueltas necesarias, pero cuando precisó que lo adecuado era un pianista, entonces sí me puso a parir cuaches, porque de dónde iba yo a sacar tal músico por estos rumbos juchitecos. Pero lo hallé. De pronto me vine a encontrar de frente con un artista moreno, de regular estatura, trovador y buenísimo para  la guitarra. Le planteé el asunto, le expliqué de quién se trataba y su contestación apareció con entusiasmo: -¿Con el maestro?, claro que haremos el esfuerzo. Así fue que Heber Rasgado se comprometió.   A su llegada, después de instalarlo en el desaparecido hotel Lidxi Biuuza, salimos a desayunar. Al trasponer el lobby volteó para mirar un anuncio y lanzó un comedido, amistoso, reproche: -Pero, Jorge, yo te pedí algo en petit comité-. Finalmente, el Recital del Tenor Mexicano Carlos Montemayor –como rezaba el cartelito- fue un éxito. El corredor de la Casa de la cultura recibió a unos cien amigos para escuchar y agradecerle con jubilosos aplausos. Cuando la presentación terminó, y todavía con la sonrisa de satisfacción en los labios, expresó: -Has sido mi padrino, este fue mi debut público como cantante-. Después vendría la grabación de cinco discos, dos de ellos aún no se presentan comercialmente. No se presentarán con la voz de Carlos, con su querida presencia. El último bohemio, como reza la portada de su segundo disco, se adelantó en el viaje.   II Le conocí hará unos dieciséis años. En Oaxaca, me parece que en un salón del edificio de Humanidades, en la Universidad. Con Manuel Matus habíamos comenzado ya a trabajar acerca de la organización de talleres literarios, con el apoyo de la propia Universidad y del ayuntamiento juchiteco. En ese lugar trabajamos con otros escritores del Valle, con el excelente poeta Azael Rodríguez, que algunos años más tarde fue su huésped allá en Coyoacán, en la calle de Árbol del fuego, mientras Azael disfrutó de una beca en el Centro Mexicano de Escritores.   Ese taller luego se trasladó a Juchitán, unos meses más tarde. Pero ahora con el agregado de poetas zapotecas, que tal fue la condición de Carlos. Si la memoria no juega conmigo a las escondidas, diré que a las sesiones acudieron: Enedino Jiménez, Desiderio de Gyves, Toño Poeta –alias Antonio López Pérez- (que en su juventud había acometido la hazaña de raptar a su novia en la última noche de un encuentro de poetas), Víctor Terán, y yo.   Una de esas noches, a la hora en que más sustanciosas se volvían las recomendaciones, Carlos aconsejó: -Escriban acerca de su tierra como si fuera lo único que existe en el mundo, como si fuera lo más grande. Ese fue el secreto de los griegos. Cuando estuve en Grecia, lo primero que hice fue encaminarme a la Arcadia, para contemplar aquellas excelsitudes cantadas por los viejos poetas; y lo que mis ojos vieron no fue más que una pinchurrienta ladera con unos cuantos arbustos.   Años después él seguiría recordando esas noches en el bar Jardín, rememorando con regocijo las palabras de Deyo de Gyves, quien contaba que los poetas juchitecos, hechos una sopa de tanta cerveza,  parecían pericos agarrados a las sillas para no caerse; se sujetaban con una mano a la sentadera de la silla y con la otra alzaban valientemente la botella tratando de aproximarla a los humedísimos labios.   En otra oportunidad, otro viaje suyo a la Arcadia juchiteca, acaso en el mismo manantial, nos contaba, a Terán y a mí, anécdotas de su vida, historias que arribaron a las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua. Y relataba.   -Andrés Henestrosa, que es un cabrón y muy amigo del poeta Alí Chumacero, suele jugarle a éste una broma. Cuando llegamos a los finos… Y en este punto mueve la cabeza  para mirarnos y aclarar que los “finos” le llaman al jerez, que tal es la bebida repartida al final de las sesiones académicas. -Entonces, Andrés voltea para decir “Alí, Alí, lama sabactani”… Nuevamente dirige la mirada hacia nosotros, observa nuestro rostro impávido, y con el tono más conmiserado posible nos señala: -Por lo visto ustedes no leen la Biblia ni para una chingada. Y sí, este par de rústicos poetas, no había abierto para entonces tal libro en la página donde Mateo habla de la hora nona, los últimos minutos en la vida del Hijo del Señor, cuando implora: Elí, Elí, ¿lama sabactani?, o séase: Dios mío, Díos mío, ¿Por qué me has desamparado? Pero alcancé a mirar cómo la cara de mi compadre Terán se puso roja, roja, de la desvergüenza, porque nunca, ni ahora, le ha interesado tal lectura.   En aquel taller, en el segundo piso de un edificio céntrico de Juchitán, Carlos me había preguntado una tarde, al finalizar las sesiones, si yo tenía algún libro para publicar. A mi respuesta afirmativa, siguió el pedimento para llevarse tal legajo a las alturas de Coyoacán y revisarlo.   Una semana más tarde, la misma secretaria de arriba nos puso al habla. Carlos me sugirió viajar para que juntos revisáramos el material. La mañana de mi llegada, él se había citado para platicar con Natalio Hernández, el poeta nahua. La conversa era acerca de la conformación  de una asociación de escritores indígenas. Ignoro los pormenores de aquello, pero sí pude escuchar el remache, como el clavo final, de él: -No sé, Natalio, pero todas las asociaciones terminan sirviendo para beneficiar solamente a los dirigentes.   Concluida la charla entre ellos, me integré. Almorzamos unos huevos a la hierbas finas, preparados por él y humedecidos con un vinito blanco alemán. Vinieron enseguida unos tequilas, para entretener la garganta mientras escuchaba sus observaciones. Al final, ofreció: -Ahora, voy a llevar tu material para que lo publiquen-. Y así fue.   Vinieron después varios encuentros; en Juchitán, por una plática en torno a la rebelión zapatista; o en una casa que yo rentaba en la brava séptima sección, donde se puso a hacerle la segunda a un disco de Pavarotti, mientras sostenía con la mano izquierda su puro y con la otra, un fresco trago. En Oaxaca, por diversas razones o por coincidencias de viajes, en algún restorán, alguna presentación. O las llamadas telefónicas para felicitarle por sus innumerables reconocimientos; o los correos electrónicos, como el nueve de noviembre del año pasado que le escribí: Te envío un juchiteco abrazo, con la felicitación correspondiente. Que ese rancho literario que te vas a comprar sea muy productivo.   Y es que en una entrevista había dicho que el monto a recibir por el Premio Nacional de Ciencias y Artes lo iba a utilizar en la compra de un rancho y cabezas de ganado, para irse a vivir a Chihuahua, a su Parral (en Parral, Chile, nació Pablo Neruda) y dedicarse a escribir, escribir sin preocuparse por nada.   Un año antes le hablé para pedirle que hiciera el prólogo de nuestra Laguna Superior, contestó amablemente, afirmativamente, como casi siempre que le pedía algo. Cuando me envió el texto, y a través de aquella misma secretaria, sugirió: -Puedes corregirlo, suprimir o agregar lo que consideres necesario, tienes mi permiso-. Por supuesto que respeté hasta la última coma del escrito, que ahora tengo delante mío.   Como tengo también en este momento una foto que le tomé en la Casa del poeta, en el DF. Aparece junto a Griselda Álvarez. Era una lectura de poesía. Se aprecia el micrófono y una parte del libro que sostiene entre las manos. Todavía alcanzo a escuchar su voz, su voz profunda que viene de muy lejos.   Santa María Xadani, marzo de 2010. Gubidxasoo@yahoo.com.mx
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