Oaxaca, México.- La tortura puede definirse como aquella acción intencional que se hace bajo coerción contra un individuo para causarle dolor físico y psicológico, con la pretensión de obtener una confesión o información que lo inculpe a sí mismo, o a una tercera persona. Su práctica es común y sistemática en muchos países.
Esta experiencia, además de afectar la autoestima de los integrantes de una familia, puede derivar en daño psicológico, sociológico y patrimonial, indicó Jorge Álvarez Martínez, jefe del Programa de Intervención en Crisis a Víctimas de Desastres Naturales y Sociorganizativos de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
Si ocurre un secuestro y la familia del retenido recibe amenazas, si al acudir a denunciar el hecho es objeto de trato indigno por parte de la autoridad o se niega un servicio, se convierte en víctima, en segundo grado, de ese delito, dijo en ocasión del Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de Tortura, que se conmemora este 26 de junio.
Práctica común
De acuerdo con Amnistía Internacional, aunque hay convenios internacionales que prohíben la tortura y los gobiernos niegan su uso, “es común y sistemática en muchos países, sin importar ideologías o modelos económicos”.
Con su práctica se pretende quebrantar la resistencia y moral de la persona, despojarla de su integridad para dejarla en estado de indefensión, terror, humillación y miseria.
Muchas personas que han pasado por esa situación conservan en sus cuerpos las secuelas por lesiones, y su pensamiento lucha por traducir en palabras las imágenes grabadas con dolor.
Quienes experimentan un evento traumático por determinada situación violenta, viven estrés agudo, que puede transformarse en postraumático y convertirse en un estilo de afrontamiento desadaptativo; un aspecto grave es que se guarda mucho resentimiento, explicó.
A estas personas se les brinda atención mediante técnicas de intervención psicológica, que emplean algunas mediciones psicofisiológicas, lo que permite medir los niveles de estrés, además de enseñarles metodologías para que puedan controlarse cada vez que algún evento les recuerde la experiencia traumática.
Una de las secuelas más comunes es el
flashback, que consiste en rememorar la situación sufrida, que no les permite vivir en paz, comentó. Hay quienes tienen mayor entereza para afrontarla, pero otros no pueden soportarla.
Para estos últimos, la vida no es tolerable y manifiestan síntomas como dormir mal o vivir con temor. En la mayoría de los casos de quienes padecieron abuso sexual como método de tortura, los individuos no pueden solucionar su rechazo a tener relaciones íntimas o cercanía afectiva, mencionó.
Además, quienes no logran superar esta situación recurren a estrategias de afrontamiento desadaptativo, como el consumo de alcohol y drogas, o adicción a las tecnologías, entre otras.
En apoyo a las víctimas de tortura, en la FP se hizo una investigación sobre el Protocolo de Estambul (realizada por Cuitláhuac Santiago Mariscal y dirigida por Benjamín Domínguez Trejo), un manual técnico de investigación y documentación eficaz sobre este tema, cuyos resultados son válidos por el rigor científico, la prontitud, exhaustividad, imparcialidad e independencia con que se elabora, para estar en posibilidad de brindar atención oportuna a quienes han sido afectados por las secuelas de la tortura.
“Hemos desarrollado aproximaciones y técnicas para que, dentro de sus límites, las víctimas lleven una vida lo más normal posible”, indicó el universitario.
El 12 de diciembre de 1997, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó oficialmente al 26 de junio como el Día Internacional de las Naciones Unidas en Apoyo a las Víctimas de la Tortura, con la esperanza de generar la solidaridad hacia éstas y sus familias, así como generalizar su tratamiento y rehabilitación.